Democracia liberal

Sin pueblos politizados y movilizados no podremos enfrentar con éxito al neoliberalismo

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La democracia liberal se expresa en la dinámica de la representación y la delegación del poder soberano del pueblo en un grupo de administradores que, en su nombre, gobiernan las sociedades. Este modelo de gobierno se estructura en la dinámica de partidos o grupos de políticos profesionales que pelean por el voto popular. Pero, en una sociedad de mercado como la nuestra es lógico que la pelea por el voto popular se traduzca en una mercantilización de la política, en la que los partidos y grupos de políticos tienen como objetivo central construir fuerza electoral, porque, precisamente, es lo que necesitan para hacerse con el poder político y el gobierno. Pero tengamos en cuenta que la construcción de fuerza electoral no es equivalente a la construcción de fuerza social, de poder popular.

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El votante es un ciudadano formal, un ciudadano en sí, su responsabilidad prácticamente se agota en la elección de gobierno, y no va más allá. Por eso, los políticos profesionales se ven tentados a privilegiar la construcción de fuerza electoral, lo que los incentiva para constituir liderazgos manipuladores, más que realmente populares. Esto es hoy una desgracia para la política.

Nosotros tenemos claro que una verdadera democracia no se puede construir sólo con fuerza electoral, sino que requiere imperiosamente la construcción de fuerza social, de verdadero poder popular. Sin fuerza social verdadera las democracias son demasiado débiles, demasiado restringidas y se exponen peligrosamente a los condicionamientos, influencia y manejos de los sectores dominantes. Por eso, no tenemos dudas en afirmar que las democracias representativas son funcionales al capitalismo neoliberal, porque requieren de la despolitización de los pueblos. Recodemos lo que enuncian todas las constituciones liberales. “el pueblo no delibera ni gobierna, sino a través de sus representantes”. El pueblo es un convidado de piedra en la mesa del poder. Pero de ninguna manera el pueblo debe resignarse a cumplir ese papel.

Ahora bien, ¿que supone por parte del pueblo y de los políticos profesionales y gobernantes, la construcción de verdadera fuerza social, de auténtico poder popular? En primer lugar, no tenemos duda de que la educación cumple aquí un papel muy importante. Por empezar, la construcción de verdadera fuerza social rechaza de plano todo tipo de estrategias manipuladoras, demagógicas y/o clientelísticas. Por eso, la construcción de verdadera fuerza social y auténtico poder popular debe provenir del pueblo mismo. Se trata de fuerzas autónomas, autogestivas, autodeterminantes. No pueden ser heterónomas, no les pueden ser dadas a los pueblos desde afuera, no pueden ser el resultado de donaciones graciosas de los gobernantes. Las ideas de: “al pueblo hay que darle educación”, “al pueblo hay que darle trabajo”, “bienestar”, “salud”, etc., deben ser desestimadas, porque son los pueblos los que deben logarlo desde su propia lucha continua por la autodeterminación.

Pero como esta no es una teorización abstracta, ni sólo una crítica negativa y, menos aun, escéptica, partimos y construimos desde lo que hay. Y lo que hay es una democracia representativa con pueblos altamente manipulados y despolitizados, más allá de aquellos sectores, grupos y movimientos que sueñan, resisten y luchan para construir otro mundo mejor, otro mundo posible. Por eso, nuestra propuesta debe encarnarse en un inédito viable, en un sueño posible. ¿Y qué es lo posible en esta coyuntura? Y aquí aparece el componente educativo de esta propuesta.

Sostener la idea de que una auténtica democracia requiere de la autodeterminación de los pueblos, no anula la necesidad de los liderazgos, que son imprescindibles. Para nosotros los verdaderos liderazgos tienen un fuerte componente pedagógico. Como decía Paulo Freire, los políticos son educadores y los educadores son políticos. Claro, por supuesto, que no estaba pensando en la política profesional. Los roles del político y el educador se interpenetran profundamente. El educador sustantivamente democrático conduce el proceso educativo con el objetivo de promover la autonomía del ser de los educandos. Y esta es una acción netamente política.

Aunque parezca paradójico, conduce para dejar de conducir, porque ante el menor atisbo de una intención manipuladora, su práctica automáticamente deja de ser auténticamente democrática. Al igual que en la educación sustantivamente democrática, el líder político verdaderamente popular conduce con el claro objetivo e intención de dejar de hacerlo. El líder verdaderamente popular no teme perder el poder, porque sabe que el poder está en el pueblo. No es comandante, es subcomandante, porque tiene claro que el comandante es el pueblo. Por eso decimos que el liderazgo político auténtico es el que se construye y basa en la fuerza social y no en la electoral. Porque en el ciudadano formal, en el votante, en el ciudadano en sí, el compromiso es muy débil, no hay un real compromiso. Contrariamente en el ciudadano crítico, activo y movilizado, en el ciudadano para sí, sí existe compromiso. Y una democracia realmente sustantiva no se puede sostener solamente con votantes, con ciudadanos formales, ciudadanos en sí, sino que requiere, principalmente, de ciudadanía crítica, activa, movilizada y politizada.

Una ciudadanía que no incide sobre la clase política, que no le exige lo que promete en sus discursos de campaña, no la presiona, no la controla y no le pide continuamente rendición de cuentas, no debe quejarse y maldecir a los políticos en los cuales enajenó su poder. Es lógico, la conducta de los políticos es una consecuencia de su apatía política. Los ciudadanos en sí, inmovilizados, apáticos, anestesiados y descomprometidos, aunque es lamentable tener que reconocerlo, los ciudadanos a los que se les infla el pecho diciendo que son apolíticos, que todos son ladrones, que todos los políticos son iguales, no merecen otra suerte que la traición de los representantes a los que votan sin el menor compromiso, que meramente se reduce a emitir su voto cada dos años.

¿Por qué es tan importante que el pueblo esté politizado y movilizado, si quienes gobiernan son los políticos a cargo de la administración del Estado? Porque el Estado es un campo de batalla, es un espacio de lucha, donde tienen más capacidad de presión y condicionamiento los factores reales de poder que los sectores del amplio campo popular. Por eso, si las mayorías populares no se comprometen, movilizan y empoderan, para lo cual es necesario que eleven el nivel de su educación política, no será posible superar la tradicional asimetría de poder oligarquía-pueblo. En este caso, el Estado, aun en manos de gobiernos nacionales y populares, será incidido y condicionado principalmente por los sectores concentrados de la economía, esto es, las corporaciones multinacionales, los fondos de inversión extranjeros, los medios hegemónicos y, principalmente, los intereses geopolíticos de Washington. De esta forma, más allá de los logros de las administraciones progresistas, los intereses de las mayorías populares seguirán postergados. Y si se da el combo fatal de un Estado en manos de estos sectores concentrados de la economía[1], la situación desgraciada que vivimos hoy en la Argentina, entonces, la hecatombe está montada y la desgracia del pueblo es infinita.

Moraleja: no alcanza con un gobierno nacional y popular para enfrentar al neoliberalismo saqueador de Cambiemos, entregado al imperialismo norteamericano que nos endeuda, ajusta y nos impide crecer para someternos. Es imprescindible crear fuerza social, es necesario empoderarnos como pueblo, para lo cual debemos elevar nuestro nivel de educación política.

  1. En este caso, quienes deben regular y controlar al mercado a favor de los intereses populares, porque esa es la misión del Estado, están de los dos lados del mostrador. El caso del aumento abusivo y confiscatorio de las tarifas de la energía (electricidad, gas, agua) es totalmente esclarecedor. La explicación es sencilla, las empresas de energía y los entes reguladores son testaferros de Mauricio Macri, quien cínica e hipócritamente nos embauca con sus discursos mentirosos, que sus medios y periodistas subordinados repiten incansablemente en los medios: 1) Con el kirchnerismo nos estábamos quedando sin energía, 2) La energía es muy cara y no se puede regalar como la hacía el kirchnerismo y 3) El sistema eléctrico con el kirchnerismo estaba destruido y era necesario aumentar la tarifas para repararlo y actualizarlo. Aquí hay un delito muy grave, ya que quienes nos gobiernan están haciendo negocios con el Estado. El dinero que nos falta para llegar a fin de mes y el que se necesita para que el cincuenta por ciento de los niños de la Argentina puedan comer y educarse, se lo están llevando los testaferros de Macri y la actualización y reparaciones no se hicieron ni se hacen. Se llevaron el dinero del pueblo y no hicieron nada. Una verdadera defraudación al Estado, que es nuestro, del pueblo. Es imposible callar frente a tanta estafa e ignominia!!

José Luis Lens

Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Actualmente, Profesor Titular de la Cátedra de Educación Popular en la FCH-UNCPBA y Profesor Adjunto de Ciencias Políticas en la UBA-CBC.

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