Política

Saber desarrollar la crítica interna en forma estratégica: cómo, cuándo y dónde criticar

Saber desarrollar la crítica interna en forma estratégica: cómo, cuándo y dónde criticar

MAFALDA – DEMOCRACIA | Partido Revolucionario de los Trabajadores

La existencia evidente de la contradicción dominadores-dominados, nos señala que la política se rige por la lógica del poder, precisamente porque la contradicción entraña potencialmente el conflicto y la lucha entre sus polos. Esto hace que, en tanto ciudadanos en proceso de alfabetización política, nos veamos obligados a utilizar una ética de la responsabilidad, precisamente, porque en la lucha son fundamentales las consecuencias de nuestras acciones.

En la lucha política no conviene tomar decisiones sin tener en cuenta sus consecuencias. Por lo tanto, no es posible pretender ser realmente estratégicos a partir de una ética de los principios, ni a partir de supuestos y principios doctrinarios, dogmáticos, ortodoxos o moralistas. Si bien, seguir nuestros principios morales, dogmas y ortodoxias, nos puede dejar muy tranquilos, las consecuencias pueden ser desastrosas. Por eso, vamos a ver que en la dimensión de la lucha política es necesario tomar decisiones estratégicas que implican priorizar una “ética de la responsabilidad”.

Max Weber nos explica cómo distinguir con claridad una “ética de los principios” de una “ética de la responsabilidad”, priorizando la adhesión, con muy buenas razones, a esta última:

Tenemos que ver con claridad que cualquier acción orientada éticamente puede ajustarse a dos máximas fundamentalmente distintas entre sí y totalmente opuestas: puede orientarse según la ética de los principios o según la ética de la responsabilidad. No es que la ética de los principios signifique una falta de responsabilidad o que la ética de la responsabilidad suponga una falta de principios. No se trata de eso. Sin embargo, entre un modo de actuar conforme a la máxima de una ética de principios, cuyo ordenamiento, religiosamente hablando dice: el cristiano obra bien y deja los resultados a la voluntad de Dios, y el otro modo de obrar según una máxima de la ética de la responsabilidad, tal como la que ordena tener presente las previsibles consecuencias de la propia actuación, existe una insondable diferencia. En el caso de que ustedes intenten explicar a un sindicalista, así sea lo más elocuentemente posible, que las consecuencias de su modo de proceder habrán de aumentar las posibilidades de la reacción y acrecentarán la tiranía sobre su clase, dificultando su ascenso, no será posible causarle efecto, en el caso de que ese sindicalista se mantenga inflexible en su ética de los principios. En el momento que las consecuencias de una acción con arreglo a una ética de los principios resultan funestas, quien la llevó a cabo, lejos de considerarse comprometido con ellas, responsabiliza al mundo, a la necedad de los hombres o la voluntad de Dios por haberlas hecho así. Por el contrario, quien actúa apegado a una ética de la responsabilidad toma en consideración todas las fallas del hombre medio” (Weber, Max, 1928: 32).

Les pido que mediten muy bien el planteo de Max Weber, ya que en la política es imprescindible utilizar una ética de la responsabilidad.

Podemos poner muchos ejemplos para aceptar la posición que nos recomienda, en forma muy solvente, Max Weber. Pongamos el caso de una elección de mandatarios en un país de nuestra región, no importa cual, en la que compiten una facción que apunta a una mejor distribución de la riqueza y un alineamiento con el proceso de integración por la soberanía de Latinoamérica, es decir, un gobierno de signo popular[1] y, por el otro lado, una propuesta favorable al neoliberalismo, con toda la secuela de “ajustes” y desgracias para el pueblo que ello significa. Ocurre que el gobierno de sesgo nacional y popular es merecedor de críticas que apuntan a acciones de corrupción de algunos de sus funcionarios, así como a manejos en la conducción con sesgo autoritario y poco democrático.

Es evidente que las críticas, como sabemos, si bien son armadas, magnificadas y operadas por la oposición[2], pueden tener alguna base real, porque la corrupción coyuntural es transversal a todos los gobiernos. ¿Qué hacer, entonces, qué decisión tomar? Si desde una posición ética principista adoptamos una posición absolutizada y sancionadora de la facción nacional y popular, estaremos apoyando a la oposición neoliberal[3]. Si, por el contrario, decidimos desde la ética de la responsabilidad, veremos conveniente apoyar a la facción nacional y popular, porque las consecuencias de no hacerlo, serían directamente promover el triunfo de la facción neoliberal. Y no hace falta señalar lo funesto para nuestros pueblos que fueron y siguen siendo las políticas neoliberales. Queda claro que una ética de la responsabilidad nos obliga a pensar en esto último. Es evidente aquí, que la decisión es coherente con la definición ideológica asumida, esto es, la posición crítica del neoliberalismo. De habernos movido a partir de una ética de los principios, no sólo hubiéramos sido incoherentes, sino que habríamos producido un daño irreparable al país y al pueblo[4].

Por eso, debe quedarnos claro que adoptar una ética de la responsabilidad no significa dejar de lado los principios, sino priorizar las consecuencias de nuestras acciones. Los principios siguen siempre vigentes, por eso, apoyar a la facción nacional y popular no significa dejar de lado nuestras críticas, sino mantenerlas. Es muy importante que tengamos claro este punto.

Si uno pertenece a ese espacio, esto es, está partidizado, lo correcto es ser autocrítico, aunque esa actitud tenga, por supuesto, costos. Si uno no pertenece a ese espacio, mantendrá sus reservas y críticas, pero siempre habiendo decidido con racionalidad y responsabilidad las consecuencias negativas de no apoyar a dicho partido o gobierno.

Adoptar posiciones politizadas y no partidizadas promueve la autocrítica y nos previene de la lucha sorda, ciega y sin códigos por el poder. Si ignoramos la dimensión política, entones, la pregunta es si hacerla vale la pena. Además, avalaríamos y certificaríamos la idea, ya naturalizada en el imaginario popular, de que la política es sucia, es una mala palabra. Por eso, para revalorizarla, debemos pensarla y hacerla desde su dimensión específica, pero, claro, asumiendo la contradicción que implica la inevitable aceptación de la existencia de la dimensión partidiaria.

La contradicción fundamental nos obliga a la opción ético-política, ya que la neutralidad es imposible. En esta encrucijada la opción define a los enemigos y a los amigos y el ejercicio de la crítica es ineludible. Se impone la crítica a nuestros enemigos, pero también a nuestros amigos. Y como la contradicción nos coloca en una lucha permanente contra la oligarquía, debemos ser estratégicos. Por eso, para el ciudadano en proceso de formación política es fundamental saber ejercer su crítica a los gobiernos amigos, esto es, nacionales y populares, pero aplicando una ética de la responsabilidad para no ser funcionales al enemigo, a la oligarquía. Antes de ejercer una crítica que pueda beneficiar a una oligarquía que trabaja todo el tiempo para desestabilizar y destituir a los gobiernos nacionales y populares, es necesario tener en cuenta cómo criticar, cuándo y dónde hacerlo.

Veamos primero el “cómo”. Debemos hacerlo siempre con un sentido constructivo. Para ello, tenemos que evitar colocarnos en el posicionamiento crítico de la oligarquía. Por ejemplo, no cometer los errores estratégicos de la izquierda radicalizada, que atentan contra la unidad del amplio campo popular. Por ejemplo, en las charlas, discusiones y debates políticos en los medios, en donde se pone en juego la Guerra judicial (lawfare), con las operaciones continuas a Cristina Fernández y otros funcionarios del gobierno popular, no es estratégico sumarse a esas críticas, sino evitarlo completamente. Es cierto que la izquierda radicalizada lo realiza con una intención partidaria para diferenciarse, pero, de esa forma, atenta claramente contra la unidad del amplio campo popular, porque es funcional a los intereses de la oligarquía. Es obvio que no construye nada sumarse a esas críticas tan mal intencionadas.

“Cuándo”. Es evidente que hay momentos en los que la crítica no ayuda, así como hay otros en los que es imprescindible. Cuando el gobierno está acuciado por muchos problemas y circunstancias desfavorables, así como bajo el asedio de la continua oposición oligárquica, es conveniente ser muy cuidadosos con las críticas. Es claro que, de producirse, el sicariato comunicacional de la oligarquía lo va a aprovechar, categorizándolas como “fuego amigo”, con el objetivo de agrietar la unidad del grupo político o del gobierno.

“Dónde”. Es evidente que las críticas deben ser internas, aunque sabemos que hoy es muy difícil mantenerlas en reserva. Es evidente que hay lugares en donde no se debe criticar, sobre todo en los reductos del enemigo expuestos a la mirada mediática de la ciudadanía.

Recordemos que estas prevenciones y estrategias tienen sentido desde una necesaria ética de la responsabilidad, porque lo que realmente cuenta son las consecuencias de nuestras acciones. Ya que, en un marco de lucha donde impera la lógica del poder, utilizar una ética de principios, que nos señala que las críticas son críticas y hay que hacerlas siempre, en todas partes y sin reparos, tendría consecuencias muy negativas para el campo popular, porque serían aprovechadas por los dominadores que, sabemos, tienen muy pocos escrúpulos.

19/7/2020

El ciudadano politizado

Bibliografía

Weber, M. (1985): Ensayos de sociología contemporánea. “La política como vocación”; conferencia pronunciada originalmente en la Universidad de Munich, 1918. Barcelona: Planeta-Agostini.

  1. Para simplificar, un gobierno que usa centralmente el Estado a favor de los intereses de las grandes mayorías populares.
  2. Acá es bueno ponernos en autos respecto de lo que está ocurriendo hoy en la región con la manipulación de la justicia que están realizando las élites de poder. Nadie puede ignorar la persecución política que la derecha neoliberal está llevando a cabo en América latina. Las destituciones, mediante golpes de Estado judiciales, a Zelaya en Honduras, Lugo en Paraguay, Dilma en Brasil y las persecuciones políticas a Cristina Kirchner y sus funcionarios, a Lula en Brasil y Rafael Correa en Ecuador, son ejemplos muy claros de esta nueva estrategia (Lawfare) de la derecha conservadora neoliberal en nuestra región. También está claro que esta nueva estrategia antidemocrática está promovida por la geopolítica de los Estados Unidos en la región, cuyos intereses de dominio siguen estando plenamente vigentes.
  3. Y lo que es peor aún, habremos mordido el anzuelo de las élites de poder, de la derecha neoliberal.
  4. De hecho este daño ya fue producido cuando la oligarquía, en 2015, alcanzó el poder político por el voto popular.

José Luis Lens

Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Actualmente, Profesor Titular de la Cátedra de Educación Popular en la FCH-UNCPBA y Profesor Adjunto de Ciencias Políticas en la UBA-CBC.

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