Medios de comunicación

La estrategia manipuladora del sicariato mediático

La estrategia manipuladora del sicariato mediático

JONATAN VIALE REGRESO A LA PANTALLA DE AMERICA | Parte del Show

La principal estrategia del discurso manipulador del sicariato mediático apunta a lograr que la ciudadanía naturalice la inexistencia de la contradicción fundamental oligarquía-pueblo, así como la existencia de una brecha partidaria kirchnerismo-macrismo que, por supuesto, es completamente secundaria.

La ciudadanía debe naturalizar la idea de que la política se dirime exclusivamente en el plano de la contienda partidaria y, por lo tanto, los poderes fácticos, la oligarquía, no tienen ninguna influencia, ya que su accionar se desarrolla en el ámbito privado de la sociedad civil. Pero lo que la ciudadanía en general naturaliza, va en contra de las evidencias, cuando comprobamos la presión y los condicionamientos del lobby que los poderes fácticos ejercen sobre la clase política y los gobiernos, como por ejemplo, el de las corporaciones nacionales y multinacionales, las cámaras empresariales, la Sociedad Rural, et.. También es evidente, porque es un dato objetivo, la concentración de los medios de comunicación, que hoy están monopolizados por el Grupo Clarín y sus socios. Y ya sabemos que la concentración de los medios es un poder en manos de la oligarquía para lograr manipular a las audiencias mediante el apagón informativo que están en condiciones de producir, así como crear una opinión pública legitimadora de sus intereses y valores.

¿No les llama la atención, que en los programas de política y en los debates promovidos por los medios hegemónicos, nunca se trate el tema de las presiones de los poderes fácticos sobre la clase política y los gobiernos, así como las continuas injerencias de la geopolítica de Washington en nuestros asuntos internos? Todo se dirime en el plano horizontal de la política partidaria. Lo único que se exhibe es la política de los partidos y las alianzas. Y los problemas no resueltos y los fracasos son exclusiva responsabilidad de la clase política, sobre todo la del campo nacional y popular. La estigmatización de la política partidaria, que se presenta como la única dimensión política que existe, con lo cual se genera una gran confusión en la ciudadanía, es una estrategia clave de la oligarquía que tiene por objetivo la despolitización de la población.

La población no debe saber que existe una oligarquía ni una contradicción entre ésta y el pueblo. El pueblo debe ignorarlo. Lo que el pueblo debe saber e incorporar es la idea de que lo que existe es una democracia liberal, con sus partidos y alianzas de partidos, donde todos respetan las reglas de juego y tienen sus propuestas para ser elegidos en elecciones periódicas. Eliminada la contradicción principal, que es el único lugar desde donde se puede entender cabalmente el juego político, queda el terreno libre para crear una opinión pública manipulada mediante el monopolio de los medios de comunicación. De esta forma, como repite Antonio Laje sistemáticamente todos los días, la dirigencia política es la culpable del fracaso argentino. Ni una palabra de la oligarquía, ni una palabra de la geopolítica de Washington, los verdaderos y únicos culpables de nuestra falta de soberanía, imposibilidad de desarrollo económico y pobreza estructural[1]. Si la oligarquía no existe, si Washington no existe, lo que queda para inculpar es la dirigencia política, los que gobiernan. Y la población con un débil pensamiento crítico y un bajo nivel de educación política, que no es poca, compra este discurso embustero.

El plano partidario es horizontal y simétrico, no hay dominadores ni dominados, todos están al mismo nivel, tanto los partidos en los que se camuflan los dominadores cuanto los que históricamente, aun con sus problemas y errores, representan los intereses populares, como ocurre con el peronismo. El kirchnerismo está en el mismo plano que el macrismo, ya que ambos son partidos políticos. Es así que los sicarios nos convencerán de que ambos fracasaron, el kirchnerismo y el macrismo. En suma, que la clase política fracasó. De esta manera, Mauricio Macri, que no debe ser juzgado como político, sino como mafioso, queda a la misma altura que Cristina Fernández, dos políticos que fracasaron.

De la prédica de los sicarios nos debe quedar la idea de que no son los intereses egoístas de la oligarquía los que impidieron que el país y el pueblo se desarrollaran y mejoraran. Tampoco fue la política de Cambiemos, que repitió, y esta vez con más virulencia, la irrupción del neoliberalismo en la Argentina, de la mano de los podres fácticos, para quebrar otra vez la recuperación del país.

Desde la perspectiva de los partidos, los sicarios nos van a manipular para que creemos que no hay ninguna diferencia entre el kirchnerismo y el macrismo. Claro, si son dos alianzas políticas, cada una con su programa. Pero no es así, porque desde la perspectiva de la contradicción fundamental, el macrismo representa los intereses de la oligarquía y el kirchnerismo el de las mayorías, más allá de sus errores y la inevitable corrupción coyuntural que es transversal a todos los gobiernos. Observemos qué diferente se ven las cosas de acuerdo a la perspectiva de análisis adoptada. De ahí el interés de los sicarios por ocultarnos la perspectiva de la contradicción fundamental, porque les permite crear un consenso ciudadano legitimador de los intereses de la oligarquía. Pero, la verdad es que el problema del fracaso argentino es la oligarquía entreguista y el injerencismo de Washington, no la clase política, Señor Antonio Laje.

Asumir la perspectiva que niega la contradicción fundamental es clave para desconocer otras evidencias que no deben ser comprendidas por la ciudadanía, por ejemplo las diferencias entre “democracia” y “democracia liberal”. ¿Cómo es posible que llamemos democracia a un sistema político en el que el pueblo no tiene el poder? Porque está claro que el poder lo tiene la oligarquía.

Cuando la ciudadanía, condicionada por el discurso mediático hegemónico, naturaliza la no existencia de las oligarquías, queda abierto el camino para otras naturalizaciones que anulan su pensamiento crítico y bloquean su formación política. No percibe el carácter antidemocrático de las oligarquías, por lo tanto, la guerra judicial (lawfare) no existe, la hegemonía de los medios tampoco, ni la manipulación mediática, ni la injerencia y el intervencionismo de Washington en los asuntos internos de los países de la región. Evidencias, todas ellas, objetivas e irrefutables. También desconoce las diferencias entre corrupción coyuntural y corrupción estructural[2]. La primera transversal a todos los gobiernos y la segunda el resultado del entreguismo de los gobiernos representantes de la oligarquía.

La oligarquía utiliza y glorifica a la democracia liberal mientras consigue manipular a la población, mediante los medios de comunicación que monopoliza, para obtener su consenso y su voto. Pero cuando los pueblos se empoderan y ya no pueden ser manipulados, la democracia deja de servirles. Ahí recurren a otras estrategias. Con su poder, la oligarquía subordinada al intervencionismo de Washington en la región, condiciona y extorsiona a miembros de la Justicia, la policía y militares con el objetivo de desestabilizar y destituir a los gobiernos nacionales y populares. El golpe de Estado en Bolivia es el último ejemplo de esta operatoria, practicada por una oligarquía que es antidemocrática por naturaleza.

El sicariato, que sabe que existe, ya que sus miembros son parte de los dominadores, niega estratégicamente la evidente e incontrastable contradicción fundamental oligarquía-pueblo, la única y auténtica brecha, ya que las partidarias son inventos de la derecha para dividir el campo popular. Fíjense, por favor, en el absurdo que significa que dos integrantes del amplio campo popular se peleen y se enemisten, uno defendiendo a Cristina y otro defiendo a Macri, si los dos tienen el mismo enemigo: la oligarquía.

Precisamente, el supuesto que niega la existencia de la contradicción, que equivale a negar la inocultable asimetría entre los poderes fácticos y el pueblo, tiene por objetivo suprimir, a su vez, la existencia de la oligarquía y del conflicto en el imaginario ciudadano, ¿con qué finalidad? Es imple de entender, la idea es crear una opinión pública confundida y legitimadora de la oligarquía, colocándola en el plano de los partidos políticos, porque está claro que los dominadores se camuflan como partidos. En realidad, el Pro no es un partido político y Juntos para el Cambio tampoco es una alianza política, son los dominadores enmascarados en la horizontalidad partidaria. Ocultándonos en forma manipuladora la evidente asimetría entre los poderes fácticos y el pueblo, los sicarios como Jorge Lanata, Marcelo Longobardi, Antonio Laje, Eduardo Feinmann, Jonatan Viale, Baby Etchecopar, Joaquín Morales Solá y otros, sitúan el debate en la horizontalidad de los partidos, un lugar ideal para practicar la magia de la manipulación. Es así como hacen desaparecer la asimetría y el conflicto que ella genera, con lo que encubren el verdadero problema histórico y actual de la Argentina, la oligarquía subordinada al injerencismo continuo de la geopolítica de Washington en nuestros asuntos internos. ¿Quieren una prueba de esta subordinación? El 4 de julio fíjense en los personajes del establishment invitados a la embajada de los Estados Unidos. Los que vean allí, estén seguros que trabajan contra la patria y el pueblo.

En la horizontalidad partidaria de la democracia liberal impera la simetría y sólo hay un juego partidario. Mauricio Macri y su entramado mafioso quedan convertidos en funcionarios y políticos de una alianza de partidos con una propuesta tan válida como la del Frente de todos. Lo tremendo de todo esto es que los ciudadanos manipulados no saben que no le están dando consenso y eligiendo a un partido, sino a los dominadores. Se están suicidando.

19/7/2020

El ciudadano politizado

  1. Aunque los pueblos que no asumen responsablemente la lucha política también tienen una parte de culpa de los que les pasa.
  2. Aquí están los aportes de Arturo Jauretche y Aldo Ferrer. El primero cuando distingue con toda claridad la “moralina” de la “moral nacional”. esta última desconocida por el “entreguismo” de la oligarquía El segundo, en la misma línea reflexiva de Arturo Jauretche, cuando diferencia la corrupción coyuntural de la estructural.

José Luis Lens

Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Actualmente, Profesor Titular de la Cátedra de Educación Popular en la FCH-UNCPBA y Profesor Adjunto de Ciencias Políticas en la UBA-CBC.

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