Política

Opinión pública enajenada y soberanía popular real

Opinión pública enajenada y soberanía popular real

Técnicas de manipulación mental de masas. | Blog de Jose Antonio Martin

Legitimar la dominación como práctica histórica

Los dispositivos, acciones y relatos para dominar la conciencia de las poblaciones es una práctica antigua. Como lo registra la historia, es una de las formas más eficaces que tuvieron y tienen las oligarquías para imponer su poder, mantenerse en él y acrecentarlo.

A partir de la aparición del excedente productivo, gracias al desarrollo tecnológico y la revolución agrícola a la que dio lugar, las hordas gregarias de cazadores y recolectores tuvieron la oportunidad de abandonar su nomadismo, crear ciudades y asentarse en ellas. En ese momento se dieron las condiciones para que unos seres humanos explotaran a otros seres humanos y, por lo tanto, para el surgimiento de élites dominantes y mayorías dominadas. Nacía, en ese entonces, la contradicción histórica dominadores-dominados que, con diferentes expresiones de acuerdo a las distintas épocas y contextos, se extendería hasta nuestros días.

La contradicción dominadores-dominados es, obviamente, la expresión de una relación de dominación que, en tanto tal, le exige a los dominadores estrategias para sostenerla. Los dominadores deben crear, entonces, dispositivos y prácticas para imponer y mantener su poder. Y desde la historia las modalidades para imponer la dominación son dos: 1) Contra la voluntad de los dominados y 2) Contando con la voluntad de los dominados. Esta última es la que nos interesa analizar aquí.

Los dominadores, para contar con la voluntad de los dominados, deben enajenar su consenso. ¿Qué significa esto? Lograr que la opinión de la mayoría legitime los valores e intereses de la élite, esto es, de los dominadores. En este caso los dominadores logran el consenso de los dominados, un consenso que, por supuesto, es contrario a los intereses de estos últimos, porque, es obvio, que lo que favorece a la oligarquía perjudica a la mayoría. Aquí está la razón de por qué lo denominamos consenso “enajenado”, porque la opinión formada en los dominados es “ajena” a sus intereses como tales. Ahora bien, para lograr enajenar su consenso los dominadores, la oligarquía, debe apelar a dispositivos de poder y relatos manipuladores.

No hay ninguna argumentación válida para justificar la dominación de unos seres humanos sobre otros. Es por eso, que los dominadores deben apelar a relatos que no pueden ser más que auto justificaciones. Por ejemplo, la doctrina del “derecho divino” de los reyes, que se fundamentaba en la idea de que la autoridad de un rey para gobernar provenía de la voluntad divina, es decir, de Dios, en donde no intervine ninguna autoridad temporal, ni la voluntad de los súbditos, ni ningún testamento. Está claro que no hay nada que explique ni fundamente por qué Dios quiere que un determinado linaje y personas posean el poder de gobernar. Indudablemente, hay que imponer la idea en la población. Y para hacerlo es inevitable crear un relato manipulador que debe ser aceptado e incorporado por la mayoría. Y para imponerlo se necesita poseer poder material, dispositivos, ceremoniales, pompa, capacidad de construir la opinión y controlarla, castigos para los que deslegitiman el relato, así como para los “subversivos”, etc. Pero lo principal es que el relato sea efectivo para lograr que las mayorías dominadas lo “acepten” y procedan en consecuencia, esto es, se subordinen voluntariamente al poder del monarca.

En síntesis, para conseguir la servidumbre voluntaria[1] de la mayoría, los dominadores deben manipularla. Necesitan construir” su opinión, la de la mayoría, a la medida de sus valores e intereses de poder. Deben generar en ella un consenso enajenado.

La construcción de opinión pública como acción para la dominación

Cuando el bloque de poder oligárquico, con los medios de comunicación concentrados y las redes sociales que controla, manipula al tercio blando[2] de la población, cuya ciudadanía pertenece al amplio campo popular, está creando una opinión pública enajenada. Este fenómeno se puede comprobar en muchos países de la región de América latina y el Caribe. Por ejemplo, gobiernos de derecha con programas neoliberales devastadores para sus países, pero que son elegidos por sus pueblos, como el de Chile, Uruguay, Paraguay, Perú, Brasil, Colombia y Guatemala.

Esta realidad nos obliga a tomar conciencia de la enorme importancia de la opinión pública en las democracias liberales, que es corroborada cuando comprobamos que los gobiernos, partidos y alianzas políticas, así como los poderes fácticos, antes de tomar una decisión consultan a los distintos instrumentos que valoran y miden la opinión ciudadana, como las encuestas de imagen, las encuestas de opinión, las investigaciones, el rating y los focus group, Cuando se acercan las elecciones, la consulta respecto de lo que opina y demanda la ciudadanía[3] es todavía más intensa. Gobiernos y oposición, comienzan a calcular los pros y los contras de sus acciones y medidas, en función del nivel de aceptación y demandas de la ciudadanía. No hay duda de que la opinión de la ciudadanía influye en sus decisiones. Y aquí ya están dadas las condiciones para el nacimiento de la “política basura[4]”, que se expresa en accionar, sin reparar en las consecuencias sociales y humanas, con el objetivo excluyente de ganar elecciones.

Tenemos ejemplos dramáticos en esta pandemia, como el de Juntos por el cambio, la expresión político-partidaria actual de la oligarquía argentina. Leyendo las encuestas y los focus group que realizan todo el tiempo, comprobaron que la ciudadanía demandaba la educación presencial para sus hijos. Entonces, se erigieron en defensores a ultranza de la educación, cuando sabemos que nunca les importó un rábano. De esta manera se pusieron en contra de las acertadas medidas restrictivas del gobierno para detener la curva de contagios. La ciudad de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y Santa Fe, distritos opositores al gobierno del Frente de todos, mantuvieron, con la fuerza de un dogma, las clases presenciales con los consecuentes nefastos resultados, prácticamente un genocidio de baja intensidad.

La construcción de opinión pública enajenada se realiza mediante la manipulación del consenso de los ciudadanos y ciudadanas que la conforman. El bloque de poder de la oligarquía, que lo concreta con sus medios de comunicación concentrados, trabaja sobre el tercio blando de la población, esto es, sectores de clase media de consenso y voto inestables y volátiles. Los costos de la construcción de opinión pública enajenada fueron y son enormes en nuestro país y en la región. Se plasman en los gobiernos que representan los intereses de la oligarquía. ¿Cómo pudo convertirse en Presidente de la República Argentina Mauricio Macri, un representante de los intereses más oscuros de la oligarquía, un verdadero mafioso? Sólo puede entenderse si suponemos una gran cantidad de ciudadanos y ciudadanas pertenecientes al amplio campo popular, a los que se les robó su consenso. Lo mismo podemos decir de lo ocurrido en Brasil con Jair Bolsonaro, en Colombia con Iván Duque, en Chile con Sebastián Piñera y en Uruguay con Luis Lacaye Pou, por nombrar los más conocidos por nosotros.

Es que la ciudadanía formal de la democracia liberal no es realmente soberana y, por lo tanto, es una ciudadanía desempoderada. Y una ciudadanía en estas condiciones corre el serio riesgo de ser manipulada. Es cierto que es un enorme desafío, pero si no queremos ser gobernados por la oligarquía deberemos luchar para que nuestra soberanía formal se convierta en real.

De la soberanía formal a la soberanía real

El paso de la soberanía formal de la ciudadanía a la real tenemos que comprenderlo en el marco de la transición de la democracia formal a la real[5]. El pueblo jamás se va a empoderar y nunca va a conseguir una soberanía real en el marco de la democracia formal. Si su accionar político debe circunscribirse a sus normas y reglas, que están plasmadas en la idea que se señala en todas las constituciones liberales: “El pueblo no delibera ni gobierna, sino a través de sus representantes”, esto es, en las reglas básicas de la “democracia representativa”, ello no será posible, ¿Por qué? Porque de esta forma el pueblo queda afuera de la lucha por el poder real, afirmación está última que se corrobora comprobando la asimetría en la correlación de fuerzas entre la oligarquía y el pueblo.

Aquí se abre una pregunta: ¿cómo tenemos que pensar, entonces, el rol de la ciudadanía en la dinámica política? Tenemos que ampliar significativamente nuestra concepción de su compromiso político, que debe ir más allá de dar consenso y votar en el contexto de las reglas de juego de la democracia liberal. Los ciudadanos y ciudadanas deben participar decididamente en la lucha por el poder real, que trasciende su participación formal en la disputa partidaria, Y este rol ampliado de la ciudadanía que conforma el amplio campo popular, cobra significado en el contexto de la contradicción principal oligarquía-pueblo. Si la ciudadanía juega en ese contexto, entonces sí es posible su empoderamiento, porque es una lucha donde puede adquirir poder real y, por lo tanto co-gobernar. Aquí la ciudadanía le disputa el poder a los sectores dominantes en el marco de la asimétrica correlación de fuerzas señalada.

Pero esta lucha requiere de una ciudadanía realmente empoderada, lo que exige la elevación de su nivel de alfabetización política. Es claro que en la disputa partidaria por el poder de administrar el Estado, el rol de la ciudadanía se limita, en el mejor de los casos, al conocimiento formal de las plataformas de los partidos y alianzas, soportar el marketing manipulador, elegir al candidato que lo va a representar, o no elegir a nadie, y, finalmente, votar. Es obvio que para realizar estas acciones no hace falta tener mucha formación política. Contrariamente, para luchar en el contexto de la asimetría oligarquía-pueblo se requiere pensamiento crítico, conciencia política, responsabilidad y verdadero compromiso ciudadano.

Pensémoslo así, para conseguir la transición de la soberanía formal a la soberanía real, tanto de cada uno de nosotros como ciudadanos y ciudadanas, cuanto del conjunto del pueblo, tenemos que dar un primer paso, que es hacernos dueños de nuestro consenso, lo que nos exige obtener recursos para impedir que nos sea arrebatado por el avasallante poder de los medios concentrados de la oligarquía. La tarea para conseguir hacernos de dichos recursos, es un primer momento de la lucha por el poder real. Pelear por apropiarnos de nuestro consenso, por impedir que el bloque de poder de la oligarquía envenene nuestra conciencia, es una de las primeras batallas en el contexto de la lucha por el poder real. Tenemos que saber, además, que con el logro de la soberanía real de la ciudadanía, comienza la sustanciación democrática del vínculo de representatividad y, con él, la transición de la democracia formal a la real.

Si el pueblo es el soberano debería hacer valer su soberanía. Entonces, lo primero que debemos hacer para lograr valorizarla es impedir la acción del bloque de poder de la oligarquía para enajenar nuestro consenso. Por cierto que no es una tarea fácil, pero si no lo hacemos deberemos resignarnos a ser gobernados por una oligarquía vende patria y enemiga del pueblo, como podemos comprobarlo al revisar nuestra historia y la de los países de la región.

Es muy triste y doloroso ver a tantas personas evadiendo su responsabilidad de ciudadanos y ciudadanas, diciendo que no quieren involucrarse en la guerra entre Juntos por el Cambio y el Frente de todos, creyendo ingenuamente que se trata de una disputa partidaria, sin percibir su trasfondo político. Lo que está detrás de este conflicto no es partidario, sino una disputa por el poder real. Juntos por el cambio es la expresión político-partidaria de la oligarquía, una pieza más del puzle del bloque de poder oligárquico, cuya intención es desestabilizar al gobierno nacional y popular que, con sus más y sus menos, sus aciertos y errores, está intentando capear el impresionante temporal de la pandemia de la Covid-19, que vino después de la pandemia macrista, que dejó tierra arrasada a su paso.

Aunque parezca mentira, en su afán de dominio, el bloque de poder de la oligarquía está buscando que haya muchos muertos para usarlo como estrategia partidaria en las elecciones que se avecinan. No es difícil advertir cómo trabaja esta oposición del bloque de poder oligárquico, porque lo vemos todos los días en los medios que hegemoniza. Mentiras escandalosas y falsas noticias (fake news), todo con el objetivo de construir una opinión pública enajenada, que legitime sus valores e intereses y desestabilice al gobierno nacional y popular.

Que las vacunas que compró el gobierno son un veneno, que no tenemos vacunas, que por qué no le compramos a Pfaizer. Pero, el contrato de Pfaizer era leonino, imposible de firmar, porque Pfaizer es, en verdad, un laboratorio de los fondos buitres en el que tiene acciones el Grupo Clarín. En una manipulación sincronizada los comunicadores de la oligarquía, que dominan casi todo el espacio mediático, se convirtieron de pronto en lobistas de Pfaizer, un laboratorio estadounidense que la geopolítica de Washington promueve en la región, en contra de las vacunas rusas y chinas. Un espectáculo realmente deplorable de cipayismo incalificable.

Nada les viene bien, siempre buscándole el pelo al huevo. Todo el tiempo así. Es abrumador. ¿Les parece que se puede decir que la oposición y el gobierno tienen los mismos intereses, como señalan tantas personas?, ¿les parece que es correcto decir, yo no me meto, cuando está en juego el destino de nuestra nación y el del pueblo? Dos cosas quedan bien claras en todo esto, que todavía hay mucha población con una ausencia total de responsabilidad ciudadana y una tremenda ignorancia política. Pero también queda claro, y esto es lo más importante, que el pensamiento crítico y la formación política de la ciudadanía que conforma el amplio campo popular son posibles, y que, entonces, el pueblo puede hacer valer su soberanía.

El ciudadano politizado

8/6/2021

  1. La Boétie, Etienne de, El discurso de la servidumbre voluntaria – 1a. ed. – La Plata: Terramar, Buenos Aires, 2008. XXX p.; 20×12,5 cm. (Utopía Libertaria).
  2. La experiencia partidista de la Argentina refuerza la teoría de los tres tercios. El consenso y el voto de la ciudadanía estaría dividido entre tres tercios: 1) Un tercio duro de derecha, compuesto por quienes conforman los grupos que constituyen la oligarquía y de quienes apoyan sus intereses y valores, 2) Un tercio progresista, con un gran componente del peronismo histórico, que siempre le da consenso y vota a quienes sienten que los van a representar mejor y 3) Un tercio blando, por lo tanto, de consenso y voto volátil. Justamente, este último conjunto ciudadano que pertenece al amplio campo popular y que adolece de un bajo nivel de alfabetización política y que, por lo tanto, resulta manipulable, es el objetivo apetecido por el bloque de poder de la oligarquía. Este tercio es el que viene decidiendo quiénes administran el Estado en el país.
  3. Conocer lo que opina y demanda la ciudadanía es importante para el bloque de poder de la oligarquía, no sólo para la toma de decisiones en la construcción de su política basura, sino, principalmente, para manipularla con la mayor efectividad posible. No sólo les interesa lo que opina y demanda la ciudadanía, sino que, les importa aun más, lograr que opinen y demanden lo que a ellos les interesa.
  4. La política es una acción virtuosa porque de ella depende la posibilidad de organizar nuestra vida en comunidades convivientes. Por eso, es una acción trascendental para la vida humana. Tanto es así que está capacidad para organizarnos en comunidades es una características distintiva de los seres humanos. Así nos definió Aristóteles, como animales políticos (zoon politikón). Pero claro, la política también puede terminar en una práctica degradada y degradante, se puede convertir en basura cuando lo que interesa exclusivamente es el poder de gobernar para imponer valores e intereses que son parciales, porque son los de élites cuyo objetivo es ejercer su dominio con fines egoístas. La política se convierte en basura cuando el objetivo exclusivo es dominar, obviamente, siempre con fines inconfesables. El objetivo es imponer la voluntad de unos pocos que tienen mucho, a unos muchos que tienen poco. Cuando esto sucede, y son las oligarquías quienes lo practican, la política se convierte en basura. La política basura es, por supuesto, un instrumento de dominación. La política basura busca el poder para dominar y mantener el status quo. Mientras que en la verdadera política al poder se lo quiere para transformar la realidad. No hay manera de hacer política sin poder, pero el poder se puede entender y ejercer de diferentes formas, se lo puede usar para dominar o se lo puede utilizar para transformar la realidad. También es importante no confundir los conceptos de “política” con “política basura”. Generalmente se dice, lo que debería ser corregido, que la oposición está usando la pandemia con fines políticos, lo que degrada el concepto de “política”, una de las más nobles acciones humanas. Lo que debería decirse es que la oposición está usando la pandemia con fines de “política basura”.
  5. La democracia liberal es una democracia formal, porque el poder del pueblo sólo está en potencia, es un potencial que debe ser actualizado. El carácter formal de la democracia liberal se explicita con claridad en las constituciones liberales: “El pueblo no delibera ni gobierna, sino a través de sus representantes”. Pero si mantenemos las normas y las reglas de juego de la democracia liberal jamás podremos lograr que ese poder se actualice, nunca podremos pasar de la democracia formal a una real, donde el pueblo tenga verdadero poder porque, precisamente, el rol político que le atribuye la democracia liberal a la ciudadanía, se circunscribe sólo a la participación en la disputa partidaria, dejándola al margen de la lucha por el poder real. Aquí se fundamenta la idea de la necesidad de una “transición” de la democracia formal a la democracia real. Dicha transición requiere, en un primer momento, del empoderamiento de los ciudadanos y ciudadanas que, para lograrlo, deben elevar su nivel de alfabetización política. Solo los ciudadanos y ciudadanas con pensamiento crítico y conciencia política están en condiciones de tomar conciencia de que su rol de ciudadanos va más allá de su participación en la disputa partidaria por la administración del Estado y se juega en la lucha por el poder real, que cobra significado en el contexto de la contradicción principal oligarquía-pueblo. La transición se sostiene, entonces, en la sustanciación democrática del vínculo de representatividad, que se consigue con la elevación del nivel de alfabetización política de la ciudadanía, condición insoslayable del empoderamiento popular. Queda clara, entonces, la importancia crucial del proceso de formación crítica y política de la ciudadanía, lo que implica, entre otras cosas, la democratización de los medios de comunicación masivos, hoy concentrados en manos del bloque de poder oligárquico.

José Luis Lens

Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Actualmente, Profesor Titular de la Cátedra de Educación Popular en la FCH-UNCPBA y Profesor Adjunto de Ciencias Políticas en la UBA-CBC.

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