Política

Las prácticas manipuladoras del neoliberalismo

Las prácticas manipuladoras del neoliberalismo para erosionar en el imaginario popular los fundamentos ético-morales de la política

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No es cierto que la política no tiene nada que ver con la ética

No obstante, lograr una opinión pública generalizada que crea que la política está completamente vaciada de ética es hoy un intento manipulador clave de las oligarquías en nuestra región que, en buena medida, lamentablemente, lo vienen consiguiendo. El resultado es una ciudadanía despolitizada, un gran negocio para la derecha neoliberal. Con el paradojal[1] discurso de la “lucha contra la corrupción política” gestado en las usinas injerencistas de Washington y mediante el lawfare (guerra jurídica), las fake news (falsas noticias) y las operaciones mediático-jurídicas, con la inestimable cooperación de la ignorancia política de una parte importante de la población, vienen desplazando del poder a políticos de sesgo nacional y popular, como Zelaya en Honduras, Lugo en Paraguay y Dilma en Brasil. También lograron encarcelar a Lula, cuando éste era un seguro candidato a ganar las elecciones presidenciales. De la misma forma trabajaron duro para promover la llegada al poder de Mauricio Macri en nuestro país, gran servidor de los intereses de los Estados Unidos y miembro destacado de la oligarquía empresarial local. Todo esto mediante el accionar hegemónico del Grupo Clarín, un conjunto de jueces adictos al poder y las operaciones mediático-políticas del lawfare local motorizado por la embajada de Estados Unidos, que siguen persiguiendo políticamente a Cristina Fernández, por el gran temor de que regrese al poder. Lo mismo que están haciendo con Rafael Correa, el ex presidente de Ecuador.

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Para entender cabalmente esta reflexión es necesario saber que:

  • La compresión y realización de la política se rige por la lógica del poder, lo que en nuestro enfoque se infiere desde la constatación de la evidencia de la división histórica dominadores-dominados, en tanto certeza fundacional para la lectura crítica del fenómeno político[2] Es importante saber que esta división nos obliga a la realización de una opción, que nosotros denominamos: “opción ético-política”, que, por supuesto, hacemos por los dominados.
  • La política se rige y entiende a partir de una lógica del poder[3], ¿esto quiere decir que la ética y la moral no tienen nada que ver con ella? No, de ninguna manera, porque desde la opción ético-política, como vamos a ver, tienen mucho que ver.
  • Existen diferencias importantes entre los conceptos de “ética” y “moral”, porque la primera es una reflexión sobre la moral, en tanto buenas costumbres de una determinada cultura o comunidad. Pero la ética es una mirada crítica sobre las costumbres instituidas, por lo tanto, es una acción cuestionadora de lo establecido. Comprender estas diferencias es clave para valorar la importancia de la ética en el ejercicio de la política.
  • Además, teniendo como supuesto que la política se rige por una lógica del poder, es necesario diferenciar por lo menos dos éticas: 1) La ética de los principios y 2) la ética de la responsabilidad, siendo esta última, como veremos, la que nos conviene aplicar en la elaboración de las estrategias y toma de decisiones políticas.

Las diferencias entre ética y moral

Es importante que distingamos bien estos dos conceptos. La moral es el conjunto de valores y reglas definidas por determinada cultura, comunidad o grupo, que es común a todos sus miembros. Desde aquí, la moral es la que define cómo las personas debemos comportarnos en nuestro medio social.

Estas costumbres guían los juicios de cada individuo sobre cómo actuar, y no pocas veces de forma inconsciente, de acuerdo con lo que fue previamente aceptado como norma entre una comunidad o grupo determinado. Por eso, cuando nos referimos a la moral, las definiciones de lo que es correcto o incorrecto dependen del contexto donde el individuo se encuentra, es decir, de la tradición, la cultura y la educación establecidas. De ahí que cuando a una persona se le presenta un dilema sobre su forma de actuar, que desafía la moral establecida, deba apelar a una reflexión ética sobre las costumbres de su sociedad. Como vamos a ver, entender estas diferencias es fundamental para valorar la importancia de la ética en el ejercicio de la política.

Las dos éticas y la ética de la responsabilidad como clave para elaborar estrategias y tomar decisiones políticas a favor de los intereses del pueblo

Las características del fenómeno político que, como vimos, se rige por la lógica del poder, nos obliga a tomar en cuenta, por lo menos, dos éticas diferentes:1) La ética de los principios y 2) La ética de la responsabilidad.

Max Weber nos explica cómo distinguir con claridad una “ética de los principios” de una “ética de la responsabilidad”, priorizando la adhesión, con muy buenas razones, a esta última:

Tenemos que ver con claridad que cualquier acción orientada éticamente puede ajustarse a dos máximas fundamentalmente distintas entre sí y totalmente opuestas: puede orientarse según la ética de los principios o según la ética de la responsabilidad. No es que la ética de los principios signifique una falta de responsabilidad o que la ética de la responsabilidad suponga una falta de principios. No se trata de eso. Sin embargo, entre un modo de actuar conforme a la máxima de una ética de principios, cuyo ordenamiento, religiosamente hablando dice: el cristiano obra bien y deja los resultados a la voluntad de Dios, y el otro modo de obrar según una máxima de la ética de la responsabilidad, tal como la que ordena tener presente las previsibles consecuencias de la propia actuación, existe una insondable diferencia. En el caso de que ustedes intenten explicar a un sindicalista, así sea lo más elocuentemente posible, que las consecuencias de su modo de proceder habrán de aumentar las posibilidades de la reacción y acrecentarán la tiranía sobre su clase, dificultando su ascenso, no será posible causarle efecto, en el caso de que ese sindicalista se mantenga inflexible en su ética de los principios. En el momento que las consecuencias de una acción con arreglo a una ética de los principios resultan funestas, quien la llevó a cabo, lejos de considerarse comprometido con ellas, responsabiliza al mundo, a la necedad de los hombres o la voluntad de Dios por haberlas hecho así. Por el contrario, quien actúa apegado a una ética de la responsabilidad toma en consideración todas las fallas del hombre medio”[4].

Podemos poner muchos ejemplos ilustrativos para aceptar y adoptar la posición que nos recomienda, en forma muy solvente, Max Weber. Pensemos en el ballotage de la elección a presidente de 2015, cuando el frente de izquierda (FIT), cuyo candidato era Nicolás del Caño y cuyo caudal de votos rondaba cerca del 6%, llamó a votar en blanco. Indudablemente fue un voto irresponsable, ya que Scioli no era lo mismo que Macri, como contrariamente sostenía en forma principista el FIT en sus discursos de campaña. Fue un voto completamente irresponsable, un voto imbécil, cuyas consecuencias fueron letales para nuestro país y su población. El voto fue irresponsable porque no midió las consecuencias de tal acción. Cambiemos ganó con 2 puntos de ventaja, cuando con el 6% del FIT hoy no estaríamos viviendo la insoportable pesadilla llamada Mauricio Macri.

Está claro que la incapacidad para diferenciar las dos éticas es un notorio indicador del bajo nivel de alfabetización política de una parte importante de la ciudadanía. ¿Y cuántos ciudadanos no las diferencian? No tenemos estadísticas pero intuimos que son una multitud. Es tan común escuchar frases como: “yo no voto ladrones”, “yo no voy a votar a los que se robaron todo”, etc. No hay duda de que la corrupción, ya sea a través de coimas y/o sobornos es una acción reñida con la moral y, por lo tanto, inaceptable. Particularmente, me indigna que los funcionarios del rango que fuere en un gobierno realicen tales prácticas, pero sabemos que en las democracias liberales, donde la ciudadanía en general no está preparada para controlar e incidir sobre sus representantes, es prácticamente inevitable. Más aún, cuando dichas democracias son la expresión de un sistema como el capitalista, atravesado intrínsecamente por la corrupción y el escándalo de la desigualdad, así como por las guaridas fiscales donde se refugian los impuestos que deben volver a los pueblos y se lava el dinero de los ladrones de guante blanco. Por todo esto no debemos olvidar nunca tres cuestiones fundamentales:

1) Que la política se rige por las reglas de juego del poder,

2) Que nuestra indignación responde a una ética de los principios y

3) Que la aplicación de una ética de principios es perjudicial para tomar buenas decisiones políticas.

Si tomamos en cuenta estos tres puntos evitaremos caer en la trampa de “la lucha contra la corrupción”, que promueve el establishment dominante para anular nuestras imprescindibles decisiones políticas en defensa de nuestros intereses. .

Aquí queda claro que tomar la decisión de apoyar a un gobierno que pudo tener actos de corrupción coyuntural no implica renunciar a una buena moral y al posicionamiento ético. Sí, es preciso renunciar a una ética de los principios, pero no a una ética de la responsabilidad que, como vimos, tiene su origen en la opción ético-política por los dominados. Está claro que hacemos política desde fundamentos éticos.

En la política concreta es muy importante que tomemos consciencia de que los contextos y las condiciones no son nunca ideales. De ahí que tengamos que tomar las decisiones siempre a partir de lo que hay y no de los que queremos o deseamos que haya. Y aquí el ciudadano medio común, sabemos que está confundido, por lo menos en tres cuestiones:

1) No manifiesta una conciencia clara de que él, junto con sus conciudadanos, también es responsable de la situación existente, de la coyuntura dada. Si la oferta política es mala, decadente y/o corrupta, la responsabilidad no es sólo de los candidatos y políticos, sino que también hay una responsabilidad suya, como parte de la ciudadanía. Cuando manifiesta: “todos los políticos son corruptos y por eso siempre al final tenemos que elegir al menos malo”, lo que pretende, irresponsablemente, es quedar afuera del problema, cuando en realidad es parte de él. Una ciudadanía desmovilizada, apática y desempoderada, es lógico que de políticos de baja calidad, decadentes y/o corruptos. Los ciudadanos somos responsables del nivel de competencia y honestidad de los políticos que nos representan. Tenemos que tener muy en claro este punto. Como decía Mahatma Gandhi, “si el que nos gobierna es un estúpido, eso quiere decir que estamos bien representados”.

2) La segunda cuestión se deriva de la primera, porque le pide a los candidatos y a los electos virtudes que no tienen. Al ignorar, o no ser consciente, de su responsabilidad en la constitución de los políticos, exige un imposible. Les reclama a los políticos honestidad, transparencia y competencia para la gestión, en el marco de una ciudadanía que no está capacitada para controlarlos e incidir sobre ellos.

3) Finalmente, su escepticismo irresponsable respecto de los políticos, que los lleva a decir que “siempre al final terminamos eligiendo al menos malo”, se traduce en una acción despolitizadora que, como vimos, siempre es funcional al establishment neoliberal. Si fuera consciente de su responsabilidad su mensaje estratégico sería otro. Diría: “tenemos que elegir al mejor de lo que hay”, con lo cual se salvaría la política, lo que es fundamental en la lucha contra la derecha conservadora neoliberal.

¿A quiénes les conviene desvincular la ética de la política? Sin duda, a las oligarquías, porque es una de las llaves para despolitizar a las poblaciones. Y una de las mejores formas de hacerlo es confrontarla con la ética. De esta forma, la política queda convertida en su antítesis, una práctica atravesada por la corrupción. Prácticamente un símbolo de lo sucio y lo corrupto. “La política es una mierda”, es una frase que escuchamos a menudo, y con la que no son pocos los que acuerdan. Pero fijémonos, que gran paradoja, si los pueblos no aprendemos a entender y practicar esa mierda que es la política, estamos muertos, porque la política la harán las oligarquías, y la harán para su propio beneficio, como está ocurriendo hoy. Si los pueblos no nos hacemos cargo de la política, son las oligarquías las que se hacen cargo de nosotros.

Con la política pasa lo mismo que con las instituciones sindicales, que son valiosas e imprescindibles para los trabajadores, más allá de que quienes las conducen no pocas veces opten por el camino de utilizarlas para beneficio propio y no de los afiliados. Por eso, es una gran ingenuidad negar la política porque los políticos, fuera de la incidencia y control de la ciudadanía, realicen actos de corrupción y manejos inmorales y delictivos a las espaldas del pueblo. No por eso vamos a negar la política, porque si negamos la política, negamos, a la vez, la posibilidad de transformar la realidad en la que vivimos.

Además, no es cierto que la política y la ética son dos conceptos antitéticos e irreconciliables, por el contrario, están íntimamente relacionados y se requieren mutuamente. Veamos.

  • Es imprescindible intentar realizar y practicar la política desde posicionamientos ético-morales. ¿Por qué? En primer lugar, porque hemos realizado nuestra opción ético-política por los dominados. El “intento”[5] desde lo ético-político tiene su fundamento en nuestro posicionamiento ideológico crítico del neoliberalismo, que es filosófico-existencial y, además, se sostiene en una ética de la responsabilidad.
  • En la lucha política, donde es imprescindible ser estratégico, debemos aplicar, como vimos, una ética de la responsabilidad, en la que es fundamental tener en cuenta las consecuencias de nuestros actos y dejar de lado la ética de los principios, donde dichas consecuencias no se valoran. Esto no quiere decir, de ninguna manera, abandonar la ética.
  • La política se rige por la lógica del poder y no de la ética y la moral, por lo tanto, no se puede ni explicar ni entender desde presupuestos ético-morales. El riesgo de intentarlo es no entender nada del fenómeno político y, por lo tanto, equivocarse. Pero esto tampoco significa abandonar la ética. El hecho de que la política se rija por la lógica del poder no significa que no podamos posicionarnos éticamente en su comprensión y ejercicio.

Por ejemplo, cómo entender el concepto de diálogo, que tiene su fundamento en las buenas costumbres y la moral en el marco de las relaciones políticas. ¿Se puede hablar de diálogo en la política? Sí, pero cuidado, se puede hablar pero bajo ciertas condiciones. El diálogo en política sólo es posible cuando los intereses de las partes son coincidentes o convergentes. Es el caso, por ejemplo, de los que tenemos como causa la crítica y superación del neoliberalismo, esto es, los que hemos optado por los dominados. Aquí es pertinente convocar al diálogo. Pero cuando los intereses son diferentes o, muchas veces, contrarios, no es posible hablar de diálogo, sino que tenemos que emplear el concepto de “negociación”. Por ejemplo, no es correcto, aunque en el ámbito marketinero de la política y el periodismo se lo haga todo el tiempo, convocar al diálogo entre las corporaciones y los trabajadores, entre los sectores del poder y el pueblo. No obstante se lo hace, por supuesto, con una intención claramente manipuladora. Cuando lo sectores oligárquicos llaman al diálogo a los sectores populares, es obvio que detrás hay un engaño. Entre la oligarquía y el pueblo sólo puede haber negociaciones, pero nunca diálogo. Principalmente, porque las relaciones de poder son asimétricas y los intereses de las partes son opuestos.

Quienes dialogan pueden llegar a consensos, pero quienes negocian sólo pueden aspirar a acuerdos. Por eso, es absurdo referirnos a consensos en las relaciones oligarquía-pueblo. Si las oligarquías logran el consenso del pueblo es porque lo han logrado manipular.

El discurso político de las oligarquías intenta, y muchas veces lo logra, manipular a la ciudadanía haciéndole creer que la política se rige por la lógica de la ética. El lawfare y las operaciones mediático-jurídicas contra las figuras políticas nacionales y populares, por ejemplo, se fundamentan en el bajo nivel de alfabetización política de una parte importante de la población, que cree que la política puede y debe entenderse desde una perspectiva moral. Por eso, el discurso de la “lucha contra la corrupción” tiene tanto atractivo para los manipuladores de la derecha neoliberal. Porque pega muy bien en una parte importante de una ciudadanía que no sabe que la corrupción es transversal a todos los gobiernos[6], ni tampoco sabe que existen por lo menos dos tipos de corrupción, la coyuntural, esto es, coimas y sobornos a los funcionarios por parte de los lobbies privados y la estructural, esto es, el uso del Estado para hacer negocios, el saqueo de los bienes del Estado y su pueblo y la entrega de la nación a los poderes económico-financieros globales. Tampoco sabe que esta última es la peor y más dañina de todas las corrupciones, porque lleva directamente a la ruina del país y a la pobreza y miseria de las mayorías populares. Basta ver lo que está ocurriendo en nuestro país, la Argentina. Es insoportable comprobar cómo la nación es devastada y el pueblo triturado por el ajuste que nos imponen los usureros globales representados por el FMI, ante un gobierno saqueador y cipayo rendido a sus píes. Paradójicamente, estos miserables saqueadores vendepatria, de forma cínica e hipócrita, son los que se autoproclaman garantes de la lucha contra la corrupción. Nada más indignante que escuchar a Mauricio Macri hablar de “transparencia” y lucha contra la impunidad.

Aquí vimos cómo, a pesar de que la política se rige por las reglas de juego del poder, no está más allá de la ética, sino que la requiere imperiosamente. La clave está en aplicar una ética de la responsabilidad en la toma de decisiones estratégicas y políticas, que no es lo mismo que creer que la política se rige por una lógica ético-moral, lo cual es una verdadera ingenuidad. Despegar a la política de la ética lleva a la despolitización de la ciudadanía, nos lleva al: “todos son iguales”, “la política es una mierda” y “todos los políticos son corruptos”. Y la despolitización de la ciudadanía, lo sabemos muy bien, es el mejor negocio de las oligarquías.

  1. Decimos “paradojal” porque quienes promueven este discurso no pueden ser más corruptos de lo que son. Es indignante, por ejemplo, escucharle decir a Mauricio Macri que su gobierno tiene como objetivo lograr la “transparencia” y que va a luchar a brazo partido contra la impunidad. Cinismo e hipocresía de alto vuelo la suya.
  2. Ver en: Lens, José Luis (2018) Nosotros somos los que estábamos esperando. Buenos Aires: VI-DA TEC Editores, “Una certeza fundacional y la imposibilidad de ser apoliticxs”, página 89.
  3. Fue Nicolás Maquiavelo, quien desnudó con magníficos fundamentos sus reglas de juego, inaugurando la ciencia política
  4. Weber, M. (1985): Ensayos de sociología contemporánea. “La política como vocación”; conferencia pronunciada originalmente en la Universidad de Munich, 1918. Barcelona: Planeta-Agostini, página 32.
  5. Hablamos de “intento”, porque los resultados nunca están garantizados en entramados políticos donde no es posible aplicar una ética de los principios, sino que es indispensable, como veremos, aplicar una ética de la responsabilidad.
  6. Esto no quiere decir que creamos que la corrupción es buena, sino que en las democracias como la liberal, en la que la ciudadanía carece de competencias para incidir y controlar a sus representantes (“El pueblo no delibera ni gobierna”), es casi imposible, aunque hay excepciones, que los políticos y funcionarios no cometan actos de corrupción. Además, es innegable que el sistema capitalista, cuya expresión política es la democracia liberal, es intrínsecamente corrupto, basta ver la enorme desigualdad que existe en el mundo y como las guaridas fiscales del planeta se llevan una parte sustancial de la riqueza de las naciones.

José Luis Lens

Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Actualmente, Profesor Titular de la Cátedra de Educación Popular en la FCH-UNCPBA y Profesor Adjunto de Ciencias Políticas en la UBA-CBC.

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