Política

La urgente tarea de desnaturalizar el analfabetismo político

La urgente tarea de desnaturalizar el analfabetismo político[1]

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Analfabetismo político y democracia liberal

La “naturalización” del analfabetismo político está íntimamente ligada a la de la “democracia liberal”. Nos definimos como a-políticos con la misma naturalidad con la que llamamos democracia, sin inmutarnos, a algo que tiene muy poco que ver con la soberanía del pueblo. Si como decía Cornelius Castoriadis, democracia es el poder del pueblo, está claro que en las democracias liberales el poder no es del pueblo, sino de las oligarquías. Deberíamos llamarlas oligarquías liberales, no democracias liberales. Pero el concepto de “democracia” está naturalizado. Tanto es así, que cualquiera que las llame oligarquías liberales no será escuchado, su definición no podrá perforar la naturalización de las conciencias blindadas por el discurso hegemónico.

Tanto la lectura ingenua y mágica del fenómeno político como el concepto de democracia liberal están -salvando las excepciones, que las hay- instaladas en el imaginario colectivo y son parte constitutiva de la opinión pública general.

Todo el mundo opina de política sin tener la menor idea de que para hacerlo y decidir en este terreno hay que “saber”. Hay que estar bien informado y tener formación crítica. Genera sus propias teorías, explicaciones e imaginarios, sin preocuparse por realizar un análisis concienzudo de la realidad.

La información es manipulada y pobre y no hay formación ni análisis crítico. Después vienen las ocultaciones, las mentiras, los lamentos y los arrepentimientos. Pero ya es tarde. “Yo no lo voté”, “Yo creí en el cambio”, “Me avergüenzo de haber votado a Macri”. Es verdad que esta lectura ingenua del fenómeno político es inducida por los medios hegemónicos que, aunque a mucha gente no le guste la idea, tienen la capacidad de envenenar las consciencias de las personas. Si no, cómo es posible que tanta gente siga repitiendo mecánicamente, respecto del gobierno de Cristina Fernández, “se robaron todo”, sin ver el inédito y tremendo saqueo del gobierno macrista, cuya dimensión aun no alcanzamos a percibir. Es inaudito, increíble, pero real. Han logrado hipnotizar a una parte importante de la población. La han llenado de un odio irracional hacia todo lo que tenga que ver con el peronismo y, especialmente, con el kirchnerismo. Han convertido en oligarcas a gente que no llega a fin de mes con su sueldo. Y todo con el objetivo de legitimarse frente a una importante porción de la ciudadanía políticamente ignorante. De ahí que entiendan tan bien la importancia de mantenerla en ese estado.

En nuestra realidad no hay educación política de la ciudadanía

La naturalización es tan fuerte, es tan potente el blindaje, es tan intensa la hipnosis, que el intento de ayudar a que la gente eleve su nivel de alfabetización política es visto, en algunos casos como un sueño imposible, un fin inalcanzable y, en otros, como una falta de respeto a la democracia, ya que cada uno tiene todo el derecho de pensar y opinar de política como le da la gana, porque nadie tiene la verdad absoluta y las opiniones valen todas por igual en una democracia.

Sin embargo, esta fetichización de la democracia es fatal para los pueblos. No es cierto que todas las opiniones valen por igual, porque no es verdad que todas son el resultado de análisis críticos basados en información exenta de manipulación y debidamente fundada. Con esto no estamos promoviendo, de ninguna manera, el voto calificado, sino la comprensión de que el fenómeno político requiere de buena información y, fundamentalmente, de una verdadera “formación” política. Algunos dirán, bueno, entonces la escuela debe proporcionarnos esa formación. Otros, todavía más ingenuos, señalan que en la escuela nos enseñan instrucción cívica, que allí forman ciudadanos.

La verdad es que en nuestras democracias liberales no hay ningún lugar en el que nos enseñen a ser ciudadanos realmente críticos, responsables y comprometidos con nuestro país, la región y el mundo, en la lucha por otra realidad posible.

Tiene razón Paulo Freire cuando dice que las clases dominantes no se suicidan. Esta afirmación está directamente asociada a su crítica a la educación tradicional formal del sistema, que responde, para los que todavía no lo saben, a los valores e intereses de los sectores dominantes. Y esto no va en desmedro del sistema de educación público, sino, por el contrario, nos invita a la lucha por su transformación. No cabe duda que, salvando la tarea de los educadores y educadoras críticos, que los hay, la educación del sistema no forma ciudadanía crítica, participativa y movilizada. Por el contrario, bloquea intencionalmente toda posibilidad de conseguirlo.

La otra poderosa fuente formativa de la población, los medios de comunicación masivos, incluso mucho más poderosa que la del sistema educativo, no hay duda de que hoy conforma un monopolio que hegemoniza el espacio mediático a favor de los intereses de los grupos concentrados de las finanzas y la economía. En una palabra, la educación política del ciudadano no se produce en ninguna parte, no existe. Y si surge algo, se lo invisibiliza y se lo obstaculiza de múltiples formas.

La importancia y el valor de la educación política de la ciudadanía

También es comprobable la ignorancia de qué es y qué nos exige una verdadera democracia que, como decía el politólogo Norberto Bobbio, entre una de sus falsas promesas, está lo que en ninguna democracia liberal se lleva a cabo; la educación política del ciudadano. En su Libro: “El futuro de la democracia”, el politólogo Norberto Bobbio distingue seis falsas promesas de la democracia, la última de ellas, es:

“EL CIUDADANO NO EDUCADO[2]:

La sexta falsa promesa se refiere a la educación de la ciudadanía[3]. En los discursos apologéticos sobre la democracia, desde hace dos siglos hasta ahora, jamás falta el argumento de acuerdo con el cual la única manera de hacer de un súbdito un ciudadano es la de atribuirle aquellos derechos que los escritores de Derecho público del siglo pasado llamaron activae civitatis, y la educación para la democracia se desarrolla en el mismo sentido que la práctica democrática…La democracia no puede prescindir de la virtud, entendida como amor a la cosa pública, pues al mismo tiempo debe promoverla, alimentarla y fortalecerla. Uno de los fragmentos más representativos dé esta idea es el que se encuentra en el capítulo «Sobre la mejor forma de gobierno» del libro titulado Consideraciones sobre la democracia representativa de John Stuart Mili, allí donde distingue a los ciudadanos en activos y pasivos y especifica que en general los gobernantes prefieren a los segundos porque es más fácil tener controlados a súbditos dóciles e indiferentes, pero la democracia necesita de los primeros. Este autor concluye que si debiesen prevalecer los ciudadanos pasivos, con mucho gusto los gobernantes convertirían a sus súbditos en un rebaño de ovejas dedicadas únicamente a comer el pasto una al lado de la otra (y, agregarla yo, a no lamentarse aun cuando el pasto escaseara)[4].Esto lo llevaba a proponer la ampliación del sufragio a las clases populares con base en el argumento de que uno de los remedios contra la tiranía de la mayoría está precisamente en el hacer partícipes en las elecciones — además de a las clases pudientes que siempre constituyen una minoría de la población y tienden por naturaleza a mirar por sus propios intereses— a las clases populares. Decía: la participación en el voto tiene un gran valor educativo; mediante la discusión política el obrero, cuyo trabajo es repetitivo en el estrecho horizonte de la fábrica, logra comprender la relación entre los acontecimientos lejanos y su interés personal, y establecer vínculos con ciudadanos diferentes de aquellos con los que trata cotidianamente y volverse un miembro consciente de una comunidad[5]. La educación de la ciudadanía fue uno de los temas preferidos de la ciencia política norteamericana de los años cincuenta. Este tema fue tocado bajo el título de «cultura política», y sobre él se escribieron ríos de tinta que rápidamente se decoloró: entre las diversas distinciones recuerdo aquella entre cultura de los súbditos, es decir, dirigida hacia los output del sistema, o sea, hacia los beneficios que los electores esperan obtener del sistema político, y cultura participante, es decir, orientada hacia los input, que es propia de los electores que se consideran potencialmente comprometidos con la articulación de las demandas y con la formación de las decisiones.

Veamos alrededor. En las democracias más consolidadas se asiste impotentes al fenómeno de la apatía política, que frecuentemente involucra a cerca de la mitad de quienes tienen derecho al voto. Desde el punto de vista de la cultura política éstas son personas que no están orientadas ni hacia los output ni hacia los input. Simplemente están desinteresadas por lo que sucede (como se dice en Italia con una frase afortunada) en el «palacio». Sé bien que también se pueden dar interpretaciones benévolas de la apatía política, pero incluso las interpretaciones más moderadas no me pueden quitar de la cabeza que los grandes escritores democráticos sufrirían al reconocer en la renuncia a usar el propio derecho un buen fruto de la educación de la ciudadanía. En los regímenes democráticos como el italiano, en el que el porcentaje de votantes todavía es muy alto (pero va descendiendo en cada elección), existen buenas razones para creer que esté disminuyendo el voto de opinión y esté aumentando el voto de intercambio, para usar la terminología ascética de los política scientist, el voto dirigido hacia los ouput, o para usar una terminologia más cruda, pero quizá menos mistificadora, el voto de clientela, basado frecuentemente en la ilusión del do ut des (apoyo político a cambio de favores personales).

De igual manera, se pueden dar interpretaciones moderadas para el voto de intercambio, pero no puedo dejar de pensar en Tocqueville quien, en un discurso en la Cámara de Diputados (el 27 de enero de 1848), lamentando la degeneración de las costumbres públicas, por las que «las opiniones, los sentimientos, las ideas comunes son substituidas cada vez más por los intereses particulares», se preguntaba, dirigiéndose a sus colegas, «si no hubiese aumentado el número de los que votan movidos por intereses personales y si no hubiese disminuido el voto del que vota con base en una opinión política», y condenaba esta tendencia como expresión de «moral baja y vulgar», de acuerdo con la cual «quien goza de los derechos políticos considera que puede usarlos en beneficio personal siguiendo el interés propio»[6].

La educación política de la ciudadanía es incompatible con la democracia liberal

La cita es larga porque vale rescatar la rica reflexión de Bobbio y sus datos históricos. Norberto Bobbio señala que la educación de la ciudadanía fue uno de los temas más destacados de la ciencia política norteamericana de la década de los 50 del siglo pasado, pero que en forma acelerada desapareció de la escena. Claro, no es para nada casual que la “cultura política” desapareciera como tema, porque las élites de poder, que se recomponían después de la Segunda guerra, comenzaron a darse cuenta de que promover la educación de la ciudadanía era suicida.

No obstante, desde nuestra óptica el planteo de Bobbio merece una crítica. En principio, no creemos que la democracia liberal pueda prometer la educación política de la ciudadanía. ¿Por qué? Sencillamente, porque como venimos viendo, la condición de existencia de la democracia liberal es la despolitización de la ciudadanía. El vínculo de “representatividad”, elemento clave del contrato entre gobernantes y gobernados en la democracia liberal, lo deja bien claro, como se señala en todas las constituciones liberales: “El pueblo no delibera ni gobierna, sino a través de sus representantes”. Si esta es la realidad de las democracias liberales, es difícil compatibilizarla con la promesa de una educación política de la ciudadanía. Sería contradictorio. Si para existir, la democracia liberal requiere de la despolitización de la ciudadanía, después no resulta creíble ni coherente que prometa la educación política de la ciudadanía, esto es, su politización.

Con el sistema educativo, pasa algo similar. La institución escolar, es un producto de la democracia liberal y, en tanto tal, sus objetivos están ligados a ella. Si esto es así, entonces, no podemos pedirle que forme ciudadanía crítica y politizada, porque sería contradictorio con la democracia liberal, de la cual es expresión. Está claro, en las democracias liberales no hay posibilidades para la formación política de la ciudadanía, sencillamente porque las clases dominantes no tienen vocación suicida.

La contraposición actual: voto político-voto manipulado

Por otro lado, es importante y valioso contrastar estas reflexiones y datos que nos brinda Bobbio, con la realidad que nos está tocando vivir, en la que el voto de opinión política está en franca desaparición, en gran parte por obra y gracia de la manipulación mediática de los medios de comunicación hegemónicos y la redes sociales plagadas de falsas noticias (fake news). En su época y contexto la contraposición era voto de opinión-voto de intercambio (clientelístico). Hoy, si bien sigue existiendo el voto clientelístico, el fenómeno mediático introdujo el voto manipulado. Podríamos decir, entonces, que la contraposición actual es: voto de opinión (por razones políticas)-voto manipulado a través de los medios de comunicación hegemónicos. Jaime Durán Barba, el que fuera gurú del marketing político de la ex alianza Cambiemos, dijo en el cierre del Consejo Nacional del PRO en San Juan (27/8/2016):

«El voto político no es más que un 6%, por eso, más que comités, necesitamos manejar bien las redes sociales», porque la gente elige según los mensajes en Internet”.

Desde esta concepción marketinera, los discursos políticos son elaborados de manera científica, como señalaba Jaime Durán Barba, desarrollando cientos de grupos focales con la intención de averiguar qué es lo que la gente quiere que le digan, para luego estafarla con relatos que inclinarán su voto a candidatos que realizarán acciones políticas en contra de sus intereses. El sociólogo Artemio López, titular de la Consultora Equis, en diálogo con Radio Cooperativa, señalaba en el gobierno de Cambiemos: “Mauricio Macri se dirige al espectador televisivo promedio que es mentalmente de 9 años de edad».

Como vemos, el infantilismo político está a la orden del día, porque no hay otra forma de explicar las conductas de los votantes, sobre todo los del campo popular. Jubilados, docentes, pequeños comerciantes, pequeños empresarios, que votaron a su verdugo y ahora se lamentan y arrepienten.

Esta son algunas de las razones, porque una investigación más exhaustiva puede entregarnos otras, que explican la “naturalización” de la lectura ingenua del fenómeno político por parte de la población. Una sociedad cada vez más mediatizada, un espacio mediático cada vez más monopólico, una población que, en general, fue perdiendo su espíritu crítico, que fue dejando de lado el uso de la razón, que se fue haciendo cada vez más receptiva y pasiva, son datos que explican el por qué de su falta de competencia para leer en forma crítica la realidad política.

La intencionalidad de impedir de diferentes formas que la población pueda entender lo que pasa es la gran preocupación de los sectores dominantes, de las oligarquías. Y lo están logrando, aunque su éxito jamás será completo. Esto, más la falsa creencia, basada en la errónea idea de que eso es lo que reclama la democracia, de que todas las opiniones, tengan o no un buen fundamento, son válidas y deben ser respetadas por igual, crean el terreno ideal para que una gran parte de la población mantenga un vínculo muy ingenuo con el fenómeno político. Sin tomar consciencia de la importancia de tener buena información y una formación adecuada para entenderla y procesarla, el ciudadano medio práctica una concepción meramente emocional y mágica de la política, lo que tiene consecuencias funestas, no sólo para él en lo personal, sino para toda la comunidad.

La delegación, que a nosotros nos gusta más señalar como “enajenación”, de nuestro poder como ciudadanos en un grupo externo de políticos y funcionarios administradores, es el fundamento del mito del “salvador” o los “salvadores”. El mero hecho de enajenar nuestro poder en otros que, en nuestro nombre, gobernarán y tomarán las principales decisiones en la conducción de la sociedad, ya nos coloca directamente en una situación de carencia y dependencia permanente respecto de “otros” que no somos nosotros, los que conformamos el campo popular. Perdida la consciencia de que la solución de los problemas depende en algo de nosotros y se ubica afuera de nuestro alcance, estamos en la tesitura del salvador o de los salvadores. De aquí en más, sólo nos queda esperar a que lleguen los salvadores que, como vamos a mostrar, nunca llegarán, porque está claro que nosotros somos aquellos que estábamos esperando. El grito popular: “Sólo el pueblo salvará al pueblo”, que no implica negar la importancia de los líderes, se inscribe en esta idea de la necesidad imperiosa del protagonismo de las personas y los pueblos en la gestión de la política.

La necesaria sinergia poder popular-poder político

Y conste que no estamos absolutizando el poder popular, sino que somos plenamente conscientes de la necesidad del poder político. Poder popular y poder político deben converger en una sinergia que los potencie a ambos. El poder popular debe expresarse políticamente[7] y su correa de trasmisión política está en la capacidad de pelear por el control y la incidencia sobre el Estado, en contraposición a los lobbies corporativos y sectores oligárquicos subordinados al injerencismo de Washington que presionan y condicionan a los gobiernos de naturaleza nacional y popular de nuestra región.

La necesaria autonomía relativa del poder popular

El poder popular, que tiene como primer momento de su construcción la elevación del nivel de alfabetización política de la ciudadanía, debe mantener una autonomía relativa respecto del poder político. La razón no es difícil de entender: todos los gobiernos, y los de sesgo nacional y popular aún más, están sometidos a una continua presión, condicionamientos y distintos tipos de extorsiones por parte del intervencionismo norteamericano y las oligarquías locales asociadas. Por eso, la crítica constructiva[8], la presión e incidencia del pueblo sobre los gobiernos es imprescindible en la lucha por la soberanía política, la defensa de nuestros recursos, la autodeterminación económica y la justicia social. Pero los pueblos, para lograr criticar e incidir deben empoderarse. Y no hay empoderamiento sin educación política.

El poder político no es suficiente

Si bien la llegada al poder político, como resultado de un proceso eleccionario, de un gobierno de sesgo nacional y popular, abre una esperanza, el derrotero de la oligarquía sigue pleno de vitalidad dominante y el nivel de educación política de la ciudadanía permanece hundido en su inercia de siempre. Por eso, es importante tener claro que la educación política no tiene como único objetivo la competencia para saber elegir gobiernos, sino que es fundamental, además, para generar consenso progresista. Sabemos que la oligarquía no cesa en su labor destituyente, promoviendo todo el tiempo la erosión del gobierno popular y manipulando a la ciudadanía. Y si la población, como sucede hoy, no posee un buen nivel de educación política, volverá a consensuar a una derecha subordinada al intervencionismo de Washington, que no tardará en estar nuevamente en posición de recuperar el poder político, dado que el poder fáctico lo tuvo siempre. Y ya sabemos lo que significa que la oligarquía, además de su poder fáctico, cultural y simbólico, también posea el poder político. Venimos de sufrir esta tremenda desgracia.

La educación política de la ciudadanía debe iniciarse en el campo popular

La educación popular surgió históricamente en nuestra región en los grupos anarquistas y socialistas venidos de Europa, pero tuvo su florecimiento en las décadas de los sesenta y setenta con la gran e inolvidable contribución del político-pedagogo Paulo Freire. Hablamos de una educación que surge del pueblo mismo, fuera de las instituciones escolares. En Pedagogía del oprimido, su libro más emblemático, Paulo Freire enuncia la autonomía de la educación popular, de esta forma: “Nadie educa a nadie, nadie se educa solo, los hombres y mujeres se educan entre sí mediatizados por el mundo”.

En la década de los sesenta del siglo pasado, Paulo Freire puso en práctica en Brasil su método de alfabetización popular de la palabra generadora. Pero siempre señalaba, como mucho énfasis, que el objetivo final no era la enseñanza de la lecto-escritura, sino la “alfabetización política” de los sectores populares. La lecto-escritura, decía, es un instrumento necesario, pero la clave está en la alfabetización política, esto es lo más importante. La lecto-escritura, en sí misma, no es más que instrumento. Por eso, sostenía, enseñarla como un fin en sí mismo, para mí no tiene sentido. En esa época los medios no tenían el desarrollo y la potencia mediatizadora que tienen hoy, por eso su preocupación se centraba en los sectores populares. Pero hoy esta preocupación debe extenderse a las clases medias que están siendo pauperizadas, y no sólo en nuestro país y los de nuestra región, sino en los países centrales, como sucede en Europa, por ejemplo. La alfabetización política es hoy una necesidad para toda la ciudadanía excluyendo, por supuesto, a los sectores oligárquicos.

A partir de lo dicho, queda claro que la primera estrategia que debemos poner en juego, es la de considerar que la educación política de la ciudadanía debe comenzar en la sociedad civil, esto es, en el amplio campo popular. Lo que, sin duda, es un gran desafío El principal obstáculo con que nos encontramos es que la cuestión de la educación política de la ciudadanía no tiene entidad en el conjunto de problemas socio-político-culturales que nos aquejan. Más que oculto, podríamos decir que directamente no existe. En el imaginario socio-cultural de la ciudadanía no es un problema que, en tanto tal, debe y puede ser atacado, sino una condición tácita de la población. La sociedad es cada vez más dependiente de los medios de comunicación y la redes sociales, el espacio mediático es cada vez más hegemónico y la ciudadanía es cada vez más receptiva y pasiva. Esto ha debilitado sobremanera su competencia para leer en forma crítica el fenómeno político. Es lamentable ver a una población que asumió con toda naturalidad su condición de receptores pasivos de una información que les llega, pero para manipularlos.

Si no hemos tomado consciencia aun de que no sabemos leer en forma crítica el fenómeno político, y cuán importante es para conseguir una calidad de vida digna para nosotros y quienes nos rodean, qué lejos estamos, entonces, de conseguirlo, porque el primer momento siempre, en la solución de los problemas, es descubrir su existencia. ¿Qué podemos hacer, entonces, para comenzar a enfrentar este desafío?

Estrategias y acciones para la promoción de la educación política de la ciudadanía

Desde el propio pueblo organizado

Una de las primeras acciones en esta instancia es promover la toma de consciencia de la necesidad de que cada ciudadano y ciudadana, no importa su color o no color partidario, sino que pertenezca al amplio campo popular, comprenda que tiene la responsabilidad indelegable de elevar su nivel de alfabetización política.

La otra acción se debe orientar a dos colectivos clave: la docencia y el periodismo, por supuesto también yendo más allá de los colores partidarios, esto es, tomando como condición su vinculación con el amplio campo popular, ya que quienes trabajan para el enemigo, cipayos y mercenarios, sobre todo en el contexto del periodismo, pertenecen al bando enemigo.

Debemos organizarnos a partir de lo que tenemos:

Movimientos sociales.

Medios de comunicación alternativos.

– Organizaciones intermedias (ONG, sociedades civiles sin fines de lucro, sociedades de fomento, fundaciones, etc.)

– Sindicatos y gremios.

– Portales periodísticos alternativos

– Entidades, instituciones o portales web creados para tal fin.

Con voluntad transformadora, imaginación y patriotismo para defender y promover nuestro país y el conjunto de los que conforman lo que nos gusta denominar Patria grande, no tenemos duda de que es posible lograrlo.

Quien esto escribe viene trabajando desde 2012 en el tema. Comencé con la publicación (e-book) de un ensayo: “Educar para cambiar el mundo”[9], orientado al colectivo docente de todos los niveles, con el objetivo de entregarles información crítica y herramientas para ayudarlos a desarrollar, dentro de las instituciones y las aulas, una educación de tipo crítica y dialógica superadora del modelo tradicional, basado en una gnoseología meramente retentivo-memorística. Pero, desde 2016 me di cuenta de que el tema va más allá del sistema educativo y empecé a trabajar en la problemática de la elevación del nivel de alfabetización de la ciudadanía, que considero de una importancia crucial debido al avance de la mediatización de las sociedades, las redes sociales controladas por las corporaciones y la Big Data algorítmica. Está claro que el bajo nivel de educación política de la ciudadanía, en sociedades cada vez más mediatizadas, potencia notablemente la efectividad manipuladora de los medios monopolizados por las oligarquías.

En 2017 y 2018, pleno gobierno de Mauricio Macri, donde la manipulación mediática alcanzó picos muy preocupantes, publiqué tres libros, todos apuntando a la promoción de la elevación del nivel de alfabetización política de la ciudadanía:

  • “Para que no nos tomen por bolud@s”. Elevemos nuestro nivel de alfabetización política para derrotar a la derecha conservadora neoliberal. Buenos Aires: Editorial Dunken. 2017. Soporte papel.
  • “El valor de tu alfabetización política en la lucha por otra sociedad#. Es importante que los políticos se hagan cargo de la gente, pero es más importante que la gente se haga cargo de la política. Mauritania: Editorial Académica Española. 2018 E-book.
  • “Nosotros somos los que estábamos esperando”. Si los pueblos no se hacen cargo de la política, son las oligarquías las que se hacen cargo de los pueblos. Buenos Aires: VI-DA TEC Editores. 2018. E-book.

En todo este material está implícito un programa, completo y fundamentado, para promover la elevación del nivel de educación política de la ciudadanía[10], que se puede difundir e implementar a través de distintos organismos e instituciones de la sociedad civil y mediante diferentes modalidades, como por ejemplo la formación online masiva, en la que soy especialista desde hace dos décadas.

Como consideramos que esta iniciativa, por el momento, no va a surgir de los gobiernos, debe iniciarse en la sociedad civil. Desde aquí convocamos a todos aquellos que tengan la voluntad de trabajar en esta problemática para que, entre todos, podamos iniciar acciones y campañas orientadas a la elevación del nivel de educación política de la ciudadanía[11]. Tengamos en cuenta que todo lo que hagamos en este campo, no solo redundará en un beneficio para la población, sino para cada uno de nosotros en particular. Cuando por ignorancia política damos consenso o elegimos a un gobierno de la derecha neoliberal, firmamos una sentencia de muerte para nuestra calidad de vida, que seguramente empeorará. No nos olvidemos que las oligarquías necesitan imperiosamente de los consensos ciudadanos para mantener y acrecentar su dominación. De ahí su extremada preocupación por el monopolio de los medios de comunicación y de las redes sociales.

Desde el gobierno

La educación política de la ciudadanía que conforma el amplio campo popular no fue, ni es, una preocupación de los gobiernos, ni aun para los de sesgo nacional y popular. Sabemos que las democracias liberales, nuestras democracias, en sociedades como las de nuestra región, son más funcionales a las oligarquías que a los pueblos y, por lo tanto, también los sistemas educativos están influenciados y condicionados históricamente por las élites de poder. Tocar la educación con transformaciones radicales es muy complejo en sociedades donde el modelo tradicional está fuertemente naturalizado en el imaginario de la población. Por eso, los gobiernos temen hacerlo y, aun en los gobiernos históricos de sesgo nacional y popular, los cambios y transformaciones nunca atacaron este problema y siempre fueron, y siguen siendo, superficiales y cosméticas.

No obstante, existe una posibilidad, prácticamente la única, de conseguir que desde los gobiernos se implementen transformaciones importantes en el sistema educativo: la incidencia de un pueblo empoderado, la presión del poder popular organizado.

Sería de gran ayuda para este propósito contar con medios de comunicación realmente democráticos, pero esto está cada más lejos en nuestras sociedades, porque han sido hegemonizados por los sectores dominantes, con lo cual directamente se abortó el derecho a la información del pueblo y, consecuentemente, se degradó la democracia.

Aquí sí hubo intentos de los gobiernos nacionales y populares. El último de ellos fue en el de Cristina Fernández, en el que se consiguió una Ley de medios con el objetivo de democratizar el monopolizado espacio comunicacional. Pero la aplicación de esta Ley fue abortada por las cautelares de los jueces subordinados al contubernio Grupo-Clarín-Cambiemos y, posteriormente, la Ley fue eliminada de un plumazo mediante un DNU de Mauricio Macri. Y con este hecho también quedó sepultada la idea de una nueva Ley de medios, que es imprescindible. Alberto Fernández, ya en su campaña electoral desistió, según sus propias palabras, por el momento de promover una nueva ley.

Si bien el gobierno actual de Alberto Fernández tiene intenciones totalmente distintas a las del saqueador y entreguista gobierno de Mauricio Macri, su débil posición lo coloca frente a un desafío de enormes proporciones. Es un gobierno que está muy condicionado. La economía del país arrasada por el saqueo macrista, la fraudulenta deuda externa contraída, que es una fuente de extorsiones de todo tipo, el contexto regional, plagado de gobiernos de derecha neoliberales promovidos por el intervencionismo de Washington y el poder de los medios de comunicación que siguen siendo hegemónicos y destituyentes, conforman un escenario extremadamente complejo. En este marco es imprescindible contar con un pueblo empoderado. Sin negar la importancia de las estrategias políticas posibilistas, las actitudes condescendientes y dialoguistas con el poderoso enemigo con que nos enfrentamos tienen sus límites, que la dirigencia política debe aprender a percibir con claridad. Tengamos en cuenta que el ADN de la globalización injerencista y las oligarquías locales que se le subordinan está constituido de ansias ilimitadas de poder y dominación. Y aquí el papel del poder popular organizado es indispensable. Por eso, la desnaturalización del analfabetismo político es hoy una tarea de primer orden en la que el gobierno debe necesariamente involucrarse.

Conclusiones

No existe un eco social cuando hablamos de la educación política de la ciudadana. La desorientación en este tema es muy grande. El propio concepto de “política”, sigue siendo mal usado, con lo cual se contribuye a generar más confusión. Por ejemplo, acabo de escuchar decir a un asesor presidencial que no se debe introducir la política en el tema de la pandemia del Coronavirus, que no hay que asumir posiciones políticas porque eso sería incentivar la grieta y que, en este problema, oficialismo y oposición deben estar unidos. En realidad lo que debería haber dicho es que no debemos introducir lo “partidario”, con lo cual queda claro que no distingue “politización” de “partidización”. Y esto es grave, porque sin darnos cuenta, y sin mala intención, terminamos degradando a la política, que es, como venimos viendo, la acción que nos define como ciudadanos. Expresiones como: “este paro es político”, “esta huelga es política”, “su mensaje tiene una intención política”, “en la escuela no se hace política”, se dicen todo el tiempo en nuestra sociedad. Señores y señoras, “todo es político”. Por eso, deberíamos decir: “este paro es partidario”, “esta huelga es partidaria”, “su mensaje tiene una intención partidaria”, “en la escuela no se hace proselitismo partidario”. Y con toda la claridad lograda, deberíamos comprender que la politización de la ciudadanía es esencial para enfrentar los complejos problemas que nos desafían y lograr influir en la transformación de la sociedad y el mundo.

Tomar consciencia de su necesidad será un primer impulso para instalar el tema en la sociedad, porque, como mostramos, la cuestión no interesa, no tiene relevancia social, porque está naturalizada la idea de que el analfabetismo político no es un problema. Lograr que el tema comience a instalarse como problema en nuestra comunidad, abrirá el camino para comenzar con la tarea alfabetizadora concreta y que, como mostramos, es totalmente posible y que, si bien deberá comenzar en el seno del pueblo, también tendrá que ser asumida por los gobiernos con vocación nacional y popular.

Como vimos, existen herramientas, conocimientos y ciudadanos dispuestos a desarrollar esta tarea, sólo debemos decidirnos a encarar esta lucha que, como dice José Hernández en La vuelta de Martín Fierro: “No es para mal de ninguno, sino para bien de todos”.

  1. Es importante no confundir “politización” con “partidización”. Aunque son conceptos vinculados, la politización es un proceso previo al de partidización. Nuestra filiación partidaria se fundamenta en nuestra politización, por eso, nos politizamos antes de partidizarnos. La politización se fundamenta en un concepto amplio y trascedente de la política, que se vincula a la definición dada por Aristóteles de “zoom politikón”, esto es, el hombre entendido como un animal político. En este sentido todos nuestros actos en una comunidad tiene un significado político.
  2. Bobbio, Norberto (1986) El futuro de la democracia. México: Fondo de Cultura Económica.
  3. La negrita es nuestra.
  4. J-S. Mili, Considerations on Representative Government, en Collected Papers ofjohn Stuart MUÍ, University of Toronto Press, Routledge and Kegan Paul, vol. XIX, Londres, 1977, p. 406.
  5. «Ibidem, p. 470.
  6. Alexis de Tocqueville, «Discurso sobre la revolución social», en Scrittipolitici, ed. al cuidado de N. Matteucci, vol. I, Utet, Turín, 1969, p. 271.
  7. No hay que confundir “poder popular” con “explosión popular”. La explosión popular surge como consecuencia de la opresión de los dominadores en un largo letargo de los dominados. Es como un globo que se infla hasta que explota. Pero la explosión debe canalizarse políticamente. Ahora bien, ¿qué pasa cuando la correa de trasmisión política entre pueblo y gobierno estás cortada como, por ejemplo, ocurre en Chile? ¿Cómo se sale de esa encerrona? Porque está claro que la clase política chilena no representa en absoluto a la ciudadanía. Y ¿por qué no la representa? Porque la ciudadanía, en general, estuvo treinta años despolitizada y ahora explotó de golpe. Es cierto que es un gran paso decidirse a resistir la opresión, pero la explosión debe politizarse, de lo contrario las salidas se cierran. No podemos aventurar cómo se canalizará políticamente la explosión del pueblo chileno. Sin solución política su devenir es incierto.
  8. Hablamos de crítica constructiva para que quede claro que si no somos cuidadosos en este punto, nuestras críticas desde los posicionamientos ciudadanos pueden contribuir y ser funcionales a los sectores dominantes, siempre en actitud destituyente respecto de los gobiernos de sesgo nacional y popular.
  9. Lens, José Luis (2012) Educar para cambiar el mundo. Los momentos de una transformación liberadora en la educación. Buenos Aires: Bajalibros.com. E-book
  10. Este programa también tendría que tener un lugar en las escuelas, pero este, aunque es un tema mucho más complejo, no deberíamos dejar de pensarlo.
  11. Mi correo para comunicarse es jllens@gmail.com

José Luis Lens

Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Actualmente, Profesor Titular de la Cátedra de Educación Popular en la FCH-UNCPBA y Profesor Adjunto de Ciencias Políticas en la UBA-CBC.

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