Democracia liberal

El tremendo error de convertir en fetiche a la democracia liberal

El tremendo error de convertir en fetiche a la democracia liberal

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La democracia liberal es un modelo político que nace bajo la impronta y responde al sistema capitalista, por lo tanto es la expresión política de una estructura de dominación. Tal es así que, como condición de existencia, requiere de la despolitización de la ciudadanía, esto es, del pueblo, lo que quedó plasmado en las Constituciones liberales en la fórmula: “El pueblo no delibera ni gobierna, sino a través de sus representantes”. Por eso se la denomina democracia representativa. La despolitización del pueblo es lo que les garantiza a las oligarquías la posibilidad de imponer sus valores e intereses al conjunto de la sociedad. Por eso, los pueblos deben enajenar su poder en las élites, las que conducirán a las sociedades a partir de dichos valores e intereses. El papel de los pueblos debe limitarse a elegir a representantes que están sometidos, inevitablemente, a la presión condicionante de los poderes fácticos, los poderes reales, los grupos concentrados de la economía y las finanzas. Ningún gobierno puede eludir este destino. Ni los gobiernos con intenciones sanas de utilizar el Estado a favor de los intereses populares. Ni que hablar de los gobiernos de otro signo, por ejemplo, lo que se denominan de centro. Y por supuesto, estaremos en el peor de los mundos para los pueblos, con gobiernos compuestos por mega empresarios[1]. Y todo esto siempre en el marco de la democracia liberal, la democracia representativa que, por lo que vemos, tiene una flexibilidad asombrosa para adaptarse a cualquier sistema político de dominación.

Terminamos naturalizando como democracia, en el sentido estricto del término, esto es, como gobierno del pueblo, a una formalidad institucional que permite distintos tipos de dictaduras. Al fetichizar a la democracia liberal, al sacralizarla, quedamos prisioneros de nuevas formas dictatoriales y sin herramientas para combatirlas. ¿Por qué lo decimos? En principio fueron, justamente, los poderes reales los que terminaron convirtiendo a este modelo político en una caricatura de democracia. Lo que nunca fue una verdadera democracia, hoy ha quedado convertida en una farsa siniestra y nefasta para los pueblos. Veamos.

Hay dos factores que se potencian mutuamente que, en el marco de la imperiosa necesidad de legitimación de las oligarquías mediante el consenso de la mayorías, convirtieron a este modelo de gobierno en un instrumento de dominación dictatorial, todo lo contario de lo que debemos entender por democracia. Nos referimos al cada vez más bajo nivel de criticidad de las poblaciones y la concentración mediática hegemónica. Recordemos la fértil idea de Carlos Marx y Federico Engels en la Ideología alemana: “Las ideas dominantes son las ideas de las clases dominantes. Y si esas ideas disponen de un fenomenal aparato de penetración cultural como lo son los medios de comunicación usados en forma monopólica y manipulativa, entonces tenemos la tormenta perfecta. Obtenemos una ciudadanía, en general, completamente influenciable y moldeable, ideal para un sistema en el que todos los votos valen por igual. Es lo mismo el voto de los que poseen consciencia política, que son minoría, que el de los que no la poseen, que son mayoría. Entonces, alcanza con buenas campañas de marketing, motorizadas por medios que hegemonizan todo el espacio de la información y comunicación, para poner en el gobierno, como ocurrió en nuestro país, a los más granados representantes de la oligarquía y el entreguismo a las potencias extranjeras, al mando del poder político. Y en el marco de la democracia, pero por supuesto de la democracia liberal.

El gobierno, elegido por un pueblo en su mayoría con un pobre nivel de alfabetización política y bajo una poderosa manipulación mediática, explota con gran rédito la instalación en el imaginario colectivo de una idea fetichizada de democracia, que se percibe, como vamos a ver, de diferentes formas. ¿Cómo se manifiesta esta sacralización de la democracia, que nos hace denominarla y respetarla como tal, cuando en realidad no lo es? Ocurre cuando:

  • Decimos que el gobierno de Cambiemos es democrático porque fue elegido por el pueblo. Pero ya vimos que se trata de un pueblo en su mayoría con un bajo nivel de alfabetización política y fuertemente manipulado por los medios hegemónicos. Por lo tanto, un gobierno elegido en una instancia institucional democrática formal, pero en una situación totalmente antidemocrática.
  • Tampoco percibimos que existen en la sociedad en que vivimos distintas calidades de votantes. ¿Cómo podemos considerar del mismo valor ciudadano, el voto de personas que no les importa la política, que se llenan el pecho diciendo yo soy apolítico, y el voto de personas que se comprometen con la política? Con el agravante de que esto se hace más agudo aun en una sociedad despolitizadora como la nuestra.
  • Vivimos obsesionados por la democracia liberal sin tomar consciencia de que es una mera institución formal. Dicha obsesión llega a tal grado, que consideramos una herejía que un gobierno antipueblo, antipatria, entreguista, saqueador y hambreador como el actual, no termine su mandato. Sacrificamos la patria y a su gente, en el altar de la democracia liberal, que es hoy un instrumento de la dictadura oligárquica. El periodismo[2] al unísono, incluso el crítico –salvo excepciones- repiten la gastada y ridícula cantinela de que Cambiemos debe concluir su mandato, dando lugar al cumplimiento de los ciclos electorales. La ceguera o la hipnosis es tal, que no perciben o no quieren percibir, el inmenso daño que este gobierno le está causando al país y a su gente. Como dijo con gran visión el jurista Eugenio Zaffaroni: “Cuanto antes se vayan, menor daño causarán” Por otro lado, es inconcebible que con los méritos realizados por Mauricio Macri todavía no se hable de su juicio político. En un país no dependiente como el nuestro, hace tiempo que hubiera sido destituido.
  • El poder de fetiche de la democracia liberal es tal, que valoramos más la supuesta legitimidad de un gobierno que fue elegido en su marco, que su inocultable acción saqueadora y depredadora. El ejemplo de nuestro país es extraordinariamente ilustrativo. Si el gobierno fue elegido en elecciones libres, concepto por cierto eufemístico, después no hay problema de que cometa todo tipo de actos antidemocráticos y de corrupción estructural, ya que su supuesta legitimidad de origen es el salvoconducto para hacer lo que le de la gana. Es increíble el nivel de fetichización a que hemos elevado la democracia liberal, que hoy, como hemos dicho, es el mejor aparato de dominio que posee la derecha neoliberal.
  • La naturalización de confundir la democracia liberal con una auténtica democracia lleva a que el grueso de la ciudadanía, en la figura de la opinión pública general, ponga el grito en el cielo si se pone en duda un ciclo democrático de gobierno y no diga absolutamente nada frente a la escandalosa concentración mediática propiciada por el Grupo Clarín y sus socios, que estafa todos los días a la población ocultando y manipulado la información, con el objetivo de blindar a un gobierno que está saqueando a la Argentina y hambreando su pueblo..

No hemos comprendido aun que la democracia liberal, que debemos transformar sustancialmente, es el talón de Aquiles de los pueblos de nuestra región. Y podemos hacerlo, ya que las constituciones no son inamovibles, es posible transformarlas mediante Asambleas constituyentes. Pero para ello debemos convertirnos en pueblos con consciencia política. Lograrlo es el desafío más grande que tenemos por delante. Pero sin comprender que nosotros somos los que estábamos esperando, nada podrá comenzar.

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  1. Los argentinos con consciencia política hoy lo saben muy bien, porque lo están sufriendo en carne propia.
  2. Lamentablemente, también tenemos que escuchar este despropósito de boca de la mayoría de los políticos y sindicalistas de la oposición. Y no estamos hablando de golpes de Estado, ni nada que se les parezca, sino de apelar a los resortes constitucionales, como por ejemplo el juicio político a Mauricio Macri, que ya hizo lo suficiente como para merecerlo. No se puede entender por qué todavía la oposición en pleno no se plantea enjuiciar políticamente a Mauricio Macri, es inadmisible que esto no ocurra.

 

José Luis Lens

Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Actualmente, Profesor Titular de la Cátedra de Educación Popular en la FCH-UNCPBA y Profesor Adjunto de Ciencias Políticas en la UBA-CBC.

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