Neoliberalismo

El Covid-19 golpeó duro al neoliberalismo, pero sin lucha nunca lo derrotaremos

El Covid-19 golpeó duro al neoliberalismo, pero sin lucha nunca lo derrotaremos

La pandemia es el neoliberalismo | Alreves.net.ar

El demonio neoliberal

El capitalismo neoliberal es la encarnación de una forma de entender la vida basada en la creencia de que el dinero y el poder nos dan licencia para imponer nuestra voluntad a los demás. Se funda en una cultura corporativa que promueve una libertad descarada y completamente antisolidaria para hacer fortuna sin límites, ignorando olímpicamente todo control y regulación en función del bien común. El capitalismo le ha declarado una guerra total y sin cuartel o todo lo “público” y “comunal”. El Estado debe estar subordinado al mercado. Y esta filosofía, sin duda, nos conduce, no sólo a sociedades cada vez más injustas e invivibles, sino a la quiebra de la humanidad.

En forma coherente con esta filosofía tan negativa, la autoayuda en el capitalismo neoliberal apunta a la salvación individual, que en el mundo en el que vivimos, estamos seguros que nos conduce al suicidio colectivo. Pero nadie se salva solo, los hombres y mujeres nos salvamos entre nosotros en comunidad. Por eso, es posible hablar de autoayuda en un marco transformador de la realidad. ¿Cómo es posible esto? Asumiendo plenamente nuestra responsabilidad como ciudadanos, para lo cual debemos “politizarnos”. Como vamos a ver, esa es la mejor autoayuda que podemos concebir.

Infectados de individualismo

Es triste necesitar de una pandemia para darnos cuenta de que el individualismo mata. El neoliberalismo nos infectó de individualismo. La democracia liberal está infectada de individualismo. Nos hizo creer que somos libres para dar consenso y votar a quien nos dé la gana, lo que es completamente falso. No somos libres cuando existe todo un aparato científico, tecnológico y mediático preparado para colonizar nuestra subjetividad, inclinando nuestras decisiones políticas hacia los representantes de los valores e intereses de la oligarquía. Nos alienta con la falsa idea de que nuestra opinión política es sagrada e intocable, y quien intente criticarla o ayudarnos a cambiarla es antidemocrático. Hizo todo lo posible en los canales educativos de la sociedad (sistema educativo y medios de comunicación masivos) para que ignoráramos que cuando damos consenso y elegimos a nuestros representantes políticos no sólo está en juego nuestro interés personal, sino el de toda la comunidad y de que cuando votamos somos “responsables” de lo que le pase al conjunto de la ciudadanía. Nos hizo creer que cuando decidimos en política lo único que está en juego es nuestro bienestar individual. Por eso el voto de la democracia liberal es un voto egoísta, porque está basado en los intereses de cada individuo. Es la mano invisible de Adam Schmid aplicada a la política, cada uno busca su puro interés personal y terminamos dándole el poder político a quienes nos van a joder a todos. No se puede dar consenso y votar pensando sólo en uno mismo, sino que hay que pensar en el todo, en la comunidad. Cuando damos consenso y votamos no sólo somos responsables de lo que nos pase a nosotros, sino de lo que le pase a toda la comunidad. Y aquí aparece con toda su fuerza la importancia de la educación política, de la que, lamentablemente, carecemos. Sin un buen nivel de alfabetización política es difícil que podamos decidir bien, esto es, hacerlo con sentido comunitario. Una ciudadanía con baja consciencia política es el mayor de los peligros para sostener una verdadera democracia.

Tenemos que superar el Individualismo político

El Covid-19 es una lección que deberíamos aprender, pero nada nos garantiza que lo haremos. Suspender nuestras conductas individualistas cuando debemos adoptar a la fuerza el modo sobrevivencia, no nos garantiza que sigamos suspendiendo el individualismo que hemos internalizado en la sociedad neoliberal. Sin embargo, es imprescindible superar el individualismo político que promueve el modelo de la democracia liberal, que es funcional al neoliberalismo. Principalmente, porque es imperioso que, no sólo sigamos en la lucha, sino que nos decidamos a mejorar nuestras estrategias y decisiones, tanto individuales cuanto colectivas.

No basta con vencer el individualismo en la lucha contra la pandemia del Covid-19, no alcanza con hablar de solidaridad todo el tiempo, interés por la comunidad, responsabilidad individual, solamente en la pelea contra el Covid-19, porque cuando termine la pandemia, si es que deseamos superar el modelo de sociedad que nos llevó a sufrirla, nos vamos a encontrar con un desafío pendiente, el de superar las conductas egoístas en otros planos de nuestras vidas en sociedad. Nuestra concepción de la educación es, sin duda, individualista. El sistema educativo, aunque su discurso diga lo contrario, es meritocrático. Y algo todavía más grave, nuestra concepción de la política también es individualista. El sistema nos ha condicionado para encarar de forma individualista la acción política en tanto ciudadanos. No tenemos la menor idea de que en la política está en juego el bienestar de todos y todas, y no sólo el nuestro particular. ¿Tenemos idea del enorme costo que tienen las conductas individualistas en la toma de decisiones políticas de parte de la ciudadanía? ¿Tenemos idea de que cuando sólo pensamos en nosotros al dar consenso y elegir a nuestros representantes, podemos cometer grandes errores, como el de dejarnos engañar por los desestabilizadores mediáticos al servicio de la oligarquía y votar a nuestros verdugos? De hecho ya hemos cometido el error. Y no sólo nosotros, sino también una gran parte de los pueblos de nuestra región. Sin duda, nuestro individualismo político es uno de los principales responsables del fracaso en la lucha contra el neoliberalismo, que ha infectado y viene infectando a nuestras sociedades.

Cuando votamos en forma irresponsable pensando solamente en nuestros intereses particulares y no en los de toda la comunidad, ¿qué ocurre?, sucede que firmamos una sentencia de muerte para el conjunto, en el cual, no olvidemos, estamos nosotros. ¿Qué ocurre cuando no votamos por razones políticas[1]? Quedamos a merced de un marketing lleno de promesas incumplibles, de desinformación y manipulación de los medios hegemónicos, las falsas noticias de las redes sociales y las operaciones de lawfare contra las figuras peligrosas para la oligarquía. En este marco el riesgo de votar a representantes enemigos del pueblo, de los intereses de las mayorías, es enorme. Ahí están los gobiernos neoliberales de la región para atestiguarlo: Lacalle Pou en Uruguay, Piñera en Chile, Bolsonaro en Brasil, Abdo Benitez en Paraguay, Lenín Moreno en Ecuador, Iván duque en Colombia, todos elegidos por sus pueblos y todos verdugos de sus pueblos.

No pequemos de ingenuidad, sin lucha nada cambiará

También cuando escuchamos repetir todo el tiempo que el mundo será distinto después del Covid-19, debemos tener cuidado, porque nada nos garantiza que va a ser mejor, también puede ser peor. Es cierto que muchas cosas van a cambiar, pero no caigamos en la ingenuidad de creer que el neoliberalismo va a caer, porque los sectores dominantes siguen y seguirán trabajando movidos por sus ansias infinitas de dominio, con todo el poder que tienen, que es enorme. Por lo tanto seria un grueso error creer que las cosas van a cambiar por efecto de la pandemia. Cambiarán como resultado de nuestra actuación, de nuestro aprovechamiento de la brecha abierta por el Covid-19 en el sistema neoliberal. La pandemia fue un shock para los países centrales., pero también para los sectores populares en lucha. Las movilizaciones populares cesaron todas de un solo golpe. En este sentido, el shock le vino muy bien, por ejemplo, a Piñera. Se terminaron las manifestaciones y se terminó la protesta que había debilitado notablemente a su gobierno de sesgo pinochetista, Y también les vino bien a los gobiernos, sobre todo a los de la derecha neoliberal, porque les permitió, sin pagar costos políticos, acentuar el control de la población a niveles nunca antes vistos.

Y todo lo que ocurra de ahora en más, si no nos podemos movilizar y si van a utilizar políticamente todas las debilidades que la pandemia produjo en el campo popular, incluida, por supuesto, la debacle económica del desempleo y la baja de los salarios, va a perjudicar al campo popular. Por eso, es importante que tengamos claro, en el futuro, cuando esto termine, la diferencia entre sacrificar nuestras libertades por mandato y a favor de las oligarquías y hacerlo en la lucha por transformar la realidad en aras de la comunidad y de quienes nos rodean. Vamos a tener que aprender muy bien a diferenciar una cosa de otra. Será preciso tener mucha claridad para saber distinguir ambas situaciones.

El falso y mercenario periodismo de los medios hegemónicos ya está diciendo que cuando acabe la pandemia todo va a cambiar, el mundo va a ser distinto. Tengamos cuidado con estas ideas facilistas y manipuladoras. Va a cambiar si nosotros aprovechamos la circunstancia para hacer lo que hasta ahora no hicimos. ¿Y qué es lo que hasta ahora no hicimos? Entre otras tareas pendientes fundamentales, está la de luchar decididamente por la elevación del nivel de alfabetización política de la ciudadanía en todos los frentes, esto es, en el sistema educativo, que está condicionado por los sectores dominantes y en los medios de comunicación masivos, que nos desinforman y manipulan continuamente, escudándose en un perverso entendimiento de la libertad de expresión.

La otra tarea está en incidir y presionar sobre los gobiernos, a los efectos de que tomen decisiones realmente transformadoras en el sistema educativo y también respecto de los medios de comunicación. Hasta ahora no hemos hecho nada de eso. Y si vamos a seguir igual, sin hacer nada en esos campos nada va a cambiar. Porque la lucha continua y la libertad, como decía Paulo Freire, es libertad conquistándose, nunca conquistada. Este es un momento propicio para aprovechar las fisuras del neoliberalismo frente a esta situación inédita. Pero no caigamos en la ingenuidad política de pensar que el mundo se va a acomodar solo, que el Covid-19 nos acomoda el mundo, no caigamos en ese error. Eso no va a suceder si no nos comprometemos a hacer lo que hasta ahora no hicimos. El neoliberalismo no va a dejar de ser por la pandemia. No nos hagamos ilusiones. Tengamos muchísima claridad en este punto. La pandemia nos ha dado una lección para supera el individualismo, pero cuidado, no todas las lecciones se aprenden.

Tomemos consciencia de que los pueblos no tienen el poder, los pueblos siguen desempoderados, el poder lo tienen las oligarquías. Entonces es muy ingenuo pensar que cuando termine la pandemia las cosas se van a acomodar a favor de nuevos comunismos o socialismos, porque todavía no hemos construido las bases para luchar por sociedades de ese tipo, están por construir, por lo tanto, no van a establecerse mágicamente después que termine la pandemia. Eso sí, tuvimos una lección, una advertencia contra el individualismo, también la pandemia tuvo un impacto sobre las estructuras del neoliberalismo y de distintos países centrales, pero hasta ahí. Lo que sí cabe, entonces, es aprovecharlo para incentivar la lucha. Porque hasta ahora son las oligarquías las que se vienen imponiendo. Por eso, no debemos dejarnos seducir por los cantos de sirena del periodismo del establishment, ni tampoco por el de los filósofos y politólogos súper teóricos, que todavía no entendieron la tesis XI sobre Feuerbach de Carlos Marx: “Los filósofos han interpretado el mundo de diversas maneras, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Siguen haciendo teorizaciones, siguen pensando que la teoría puede sostenerse en un vacío de realidad y, entonces, confunden a la gente. Está bien que haya una utopía, que apostemos por ella, porque si no buscamos lo imposible nunca nada será posible. Es maravilloso pensar de esta forma, pero tengamos en cuenta que una teorización que no se construye con el objetivo de transformar la realidad, es una teorización estéril. Son teorizaciones que pueden servir para acariciar a los egos, pero que no transforman

No olvidemos que la pandemia nos colocó en el modo sobrevivencia, donde todas las otras necesidades quedan en un plano secundario. Y esta situación de modo sobrevivencia también está siendo aprovechada, y va a ser utilizada de forma perversa por las oligarquías. El golpe que le dio el Covid-19 al neoliberalismo fue muy fuerte, pero si creemos que con eso es suficiente estamos muy equivocados. Por eso, el golpe al neoliberalismo no quita que nosotros debamos comenzar a hacer lo que todavía no comenzamos, que tiene un inicio en cada uno de nosotros, asumir la responsabilidad de nuestro compromiso político, elevando nuestro nivel de alfabetización política. Si no lo hacemos, no habremos aprovechado la oportunidad abierta.

Los profetas del nuevo mundo

Estamos viendo aparecer una gran cantidad de filósofos, influencers de youtube, que ya profetizan sociedades comunistas y socialistas en forma espontánea, por el sólo efecto del Covid-19. Su prédica en las redes sociales confunde al público, porque esas sociedades, u otras mejores que esta, las tenemos que construir nosotros. Y nunca lo lograremos sin lucha. Es cierto podemos servirnos de la brecha abierta, podemos aprovechar la situación, pero esta es una situación nada más, que va a pasar y que también puede ser capitalizada por los sectores oligárquicos, si utilizan, y están en perfectas condiciones de hacerlo[2], la crisis producida por el Covid-19 para aumentar todavía más su dominio

No debemos dejarnos encandilar por los filósofos e influencers de toda laya que pululan en las redes y magnetizan a las masas con la idea de que la pandemia abre las perspectivas de un nuevo mundo. La idea correcta es convocar a la lucha para aprovechar lo ocurrido, pero a los pueblos, porque también lo pueden aprovechar las oligarquías. Estos inlfuencers de youtube convocan a mucha gente, bien acomodada en sus sillones, bien receptiva y bien pasiva, a escuchar todas estas elucubraciones teóricas que, en definitiva, no están pensadas para cambiar la realidad y sí alimentar sus egos y la publicidad en sus páginas. Cuidado con las promesas de paraísos socialistas, cuando lo único que cuenta es la lucha, como sucedió siempre y seguirá sucediendo, porque sin ella nada cambiará. De ahí que no sea la desesperanza la que nos hace negar el nuevo mundo con que nos ilusionan los filósofos de salón, ahora en youtube; por el contrario, estamos muy esperanzados, pero en la lucha.

Los dos significados del concepto de política

Recordémoslo siempre, solo los pueblos pueden derrotar al monstruo neoliberal. Y los pueblos se empoderan con educación política. Pero es preciso tener claro el valor de la política y no dejarnos confundir por los despolitizadores profesionales, el periodismo mercenario que infecta los medios hegemónicos, que todo el tiempo usa el concepto en forma peyorativa. De esta forma la palabra “política” se ha cargado negativamente. Se ha naturalizado como una mala palabra en el imaginario colectivo.

¿Por qué decimos, entonces, que debemos “politizarnos” para asumir con plenitud nuestra responsabilidad como ciudadanos? ¿Por qué decimos que aquí comienza nuestra lucha por superar el individualismo? Y lo sostenemos a sabiendas de que con esta idea nadamos contracorriente. Recordemos nuestras charlas cotidianas en familia, también con nuestros amigos y compañeros de trabajo y vamos a comprobar que la mayoría de la gente ha naturalizado la idea de que debemos evitar la política.

Si nos invitan a un asado o a un cumpleaños, lo primero que nos dicen es que “no hablemos de política”. Si hablamos de política arruinamos todo, porque la política es siempre motivo de discusión virulenta, de peleas irreconciliables. Acá hay un enorme malentendido, pero que tiene explicación. Saben que pasa, se confunde “politización” con “partidización”. Y esta es una confusión fatal.

La confusión viene de que el concepto tiene por lo menos dos significados que, si bien están dialécticamente relacionados, debemos diferenciar para comprender cabalmente el fenómeno político y, más aun, lograr posicionarnos estratégicamente en el debate y la lucha por la transformación social. De ahí que, para echar luz sobre los dos significados, sus diferencias y sus relaciones dialécticas, es necesario plantear dos dimensiones de la política: la trascendente y la inmanente. Existen dos conceptos de “política”, aunque es cierto que se ha naturalizado la existencia y uso de uno solo de ellos, la que hacen los políticos, la política de partidos, la política de los políticos. Fijémonos que la mayoría de las personas, cuando se definen como a-políticas están suponiendo ese significado. Por eso, en realidad se están definiendo como a-partidarias y no como a-políticas. Y como vamos a mostrar enseguida, no es posible ser apolítico. Nadie es apolítico.

Pero hay otro significado de política. La política como compromiso y movilización ciudadana[3] en el marco de la búsqueda de la autodeterminación colectiva. Y aquí no tiene cabida la apoliticidad. Estos dos conceptos diferentes reclaman la comprensión de dos dimensiones de la política, la trascendente y la inmanente. La dimensión trascendente de la política es previa y va más allá de los partidos. No necesitamos afiliarnos a ningún partido para estar politizados. Lo que no quiere decir que no podamos afiliarnos y militar en uno. Aquí no hay contradicción.

Renunciar a la política es renunciar a cambiar el mundo

Así de importante es esta cuestión. Por eso, es entendible que las oligarquías[4], los sectores de poder, promuevan la despolitización de la población. De promoverla se suicidarían como clase. Y, como decía Paulo Freire, las clases dominantes no se suicidan. Sabemos que una población despolitizada, es una población más fácil de manipular y dominar.

Debemos tener claro que la utopía de un mundo mejor, por ejemplo, en el que las políticas se construyen a partir de valores realmente humanos, es nuestra proyección de fondo. Esta es una perspectiva trascendente. Porque no basta con resistir, sino que es imprescindible transformar. Pero la utopía debe realizarse en el campo inmanente de la política, donde predomina la lucha de poderes. Sin poder será imposible. Al poder de las oligarquías, entonces, debemos oponerle el poder de los pueblos. Por eso, construir poder popular es una tarea impostergable. Y esta construcción requiere, como una dimensión fundante e insoslayable, aunque no sea suficiente, de la elevación del nivel de alfabetización política de cada una de las personas que conformamos los pueblos. Es fundamental que cada uno de los ciudadanos posea un buen nivel de conciencia política. Como vamos a ver esto es esencial. Para sustanciar la esperanza de cambiar el mundo, en primer lugar debemos tener la voluntad de cambiarnos a nosotros mismos. Por eso, venimos diciendo: “quien se transforma, transforma el mundo”. No se trata de un empoderamiento individualista y egoísta, de suma cero, donde el empoderamiento de unos pocos se consigue a costa del desempoderamiento de las mayorías. Este es un empoderamiento altruista, con proyección colectiva, donde: “si yo me empodero, vos te empoderás y, todos nos empoderamos”. Y esta proyección colectiva de empoderamiento que construye poder popular, sólo puede comenzar si cada uno de nosotros asume la responsabilidad de politizarse.

Sin utopías, sin sueños, al mundo lo seguiremos entendiendo como un es” y no como un “siendo”[5], que es como deberíamos entenderlo. Y si al mundo lo concebimos como “es”, sólo nos queda adaptarnos y acomodarnos a la realidad creada a la medida de los valores e intereses de la derecha conservadora neoliberal[6] que está restaurándose y reciclándose todo el tiempo en el planeta y, especialmente, en nuestra región de América latina.

En el plano nacional la lucha es por el control del Estado, que debe volver a orientarse a satisfacer, en primer lugar, los intereses de los sectores populares. Para ello, sin dejar de estimular la iniciativa privada, el Estado debe regular y controlar al mercado. Y este logro no es sencillo, porque esta recuperación pivotea en la conciencia política de la población que constituye el amplio campo popular[7].

Sin dejar de ver que la conciencia política es un elemento fundamental, pero no exclusivo para el logro de la gran aspiración de transformar el mundo, en esta propuesta, como vamos a mostrar, nos enfocamos al objetivo de ayudar al acrecentamiento del nivel de alfabetización de la ciudadanía del campo popular, excluyendo, por supuesto, a la oligarquía y sus acólitos, cuyo posicionamiento es dominador.

Una primera cuestión que debemos ver y reflexionar profundamente sobre ella, es que la democracia liberal se constituye históricamente sobre una condición muy problemática y peligrosa: la “despolitización de la ciudadanía”. En las teorías fundacionales de la democracia liberal (ver Hobbes y Locke)[8] el supuesto antropológico de los hombres en sociedad (estado de naturaleza) es su incapacidad de organizarse para vivir en paz y armonía[9], por lo que deben delegar (es mejor decir “enajenar”) su poder en un grupo externo de gobernantes que, en su nombre, conducirán a la sociedad. Es bueno saber que esta idea quedó plasmada en las Constituciones liberales: “El pueblo[10] no delibera ni gobierna, sino a través de sus representantes”. En síntesis, la condición de existencia de las democracias liberales, sepámoslo, es la despolitización de la población. He aquí su Talón de Aquiles para los pueblos.

A modo de ejemplo y muy brevemente, veamos qué graves problemas le acarrea al pueblo el modelo liberal de la “representatividad”[11], que le exige su despolitización.

Fijémonos que la despolitización se traduce, entre otras cosas, en una falta de competencia de la ciudadanía para “incidir” sobre ellos y controlar a sus representantes. Y acá comienzan todos los problemas. Si no podemos incidir sobre ellos y controlarlos, ¿qué garantía tenemos de que no traicionarán nuestros mandatos? Y el modelo de “representación” liberal no funciona sólo a nivel de la política de los partidos y los gobiernos, sino también en el campo sindical y el de todas las organizaciones intermedias. En todos los casos delegamos, o mejor, enajenamos nuestro poder en representantes que, sin ser incididos y controlados por nosotros, tendrán el camino libre para traicionarnos, cometer ilícitos y usar las organizaciones en beneficio propio.

No hay duda de que el modelo político neoliberal de la “representatividad” está en una severa crisis. Una auténtica democracia no se puede sostener sólo en el vínculo de “representatividad” liberal que, por el bajo nivel de alfabetización política de la ciudadanía en general y la tremenda manipulación de los medios de comunicación hegemónicos, se convirtió en una trampa fatal para el pueblo[12].

Pero lo que a nosotros nos importa aquí, es resaltar la importancia de elevar nuestro nivel de alfabetización política, porque la auténtica democracia depende en gran medida de una ciudadanía con verdadera consciencia política, que nos permitirá evitar la tan nefasta y perjudicial amnesia histórica y la manipulación de los medios hegemónicos, con su peor consecuencia: hacer que terminemos dando consenso y votando a nuestros verdugos. Y no hace falta que nos detengamos en el análisis de la tremenda situación y todos los daños que acarreara votar a quienes luego van a quitarnos los derechos conquistados y deteriorar severamente nuestro nivel de vida.

Por eso, poseer un buen nivel de alfabetización política y tomar decisiones acordes con él tiene una importancia crucial en la sociedad actual. Nos va la vida en ello. No obstante, es claro que las poblaciones, en general, son muy poco conscientes de este hecho. Siguen ejercitando una concepción mágica de la política. Por lo general, le dan consenso, votan y elijen a sus representantes políticos a partir de consideraciones totalmente alejadas de los análisis concienzudos y bien fundados.

El común denominador de la gente cree, equivocadamente, que se puede tener una buena y efectiva opinión política y, lo que es peor aún, tomar buenas y acertadas decisiones a partir de ella, sin información y conocimientos bien fundados. Tenemos que saber que esto es un error que se paga carísimo. Y, por supuesto, quienes más lo sienten y padecen son los sectores populares, que hoy son más amplios de lo que creemos, porque, además de los obreros, los trabajadores informales, los desempleados, tenemos que incluir a los profesionales, pequeños y medianos comerciantes, pequeños y medianos industriales, docentes, empleados de todo tipo, etc.

Es importante saber que nuestra politización es un momento clave en la lucha contra el comando neoliberal global. ¿Cuáles son nuestros fundamentos para sostenerlo? Hay uno que es muy fuerte. Fijémonos en la enorme preocupación de los sectores dominantes por despolitizar a la ciudadanía. El gran negocio de la oligarquía es la despolitización de los pueblos. Ya mostramos cómo nace la sociedad política liberal, que derivó en el sistema neoliberal que hoy domina en el mundo. Nació despolitizando a la ciudadanía. Porque es imposible dominar si no se despolitiza a los pueblos. Por eso sostenemos que la politización de los pueblos es el comienzo de la derrota del neoliberalismo. De ahí que le demos tanto valor a la decisión personal de cada uno de asumir la responsabilidad de elevar su nivel de alfabetización política.

El Covid-19, es cierto, desnudó la perversión del neoliberalismo, pero sin pueblos empoderados, y los pueblos se empoderan con educación política, no podremos enfrentar con perspectivas de éxito al neoliberalismo.

19/4/2020

José Luis Lens

  1. Nos referimos a razones políticas y no partidarias.

  2. Ver: Klein, Naomi (2007) La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre. Canadá: Ramdom House de Canadá  

  3. Aquí seguimos el concepto de “ciudadano” de Aristóteles, quien lo definía así: “Ciudadano es aquel que sólo sabe ser gobernado, sino que también sabe gobernar”.

  4. Acá vamos a usar el concepto de “oligarquía” en su más pleno sentido etimológico. El término es griego y proviene de “oli”, que es “poco” o “escaso” y “arjé”, que es “poder” o “gobierno”. Oligarquía, entonces, significa: el poder o gobierno de unos pocos.

  5. Paulo Freire, reafirmando el papel fundamental de la subjetividad en la historia decía: “El mundo no es. El mundo está siendo”.

  6. Es importante señalar que la derecha conservadora neoliberal atenta hoy contra mucha gente, mucha más de la que creemos. No sólo los sectores vulnerables, obreros y desocupados están siendo oprimidos por esta oligarquía, sino que la amenaza se extiende efectivamente a los sectores medios, profesionales, docentes, comerciantes y pequeños y medianos empresarios. La voracidad de esta élite oligárquica no tiene límites. Tengamos claro que en nuestro país esta amenaza se convirtió en realidad, con el agravante de que una gran parte de ese amplio campo popular voto a su verdugo.

  7. Por campo popular entendemos el conjunto de personas, grupos, movimientos y organizaciones sociales, partidos políticos del espacio progresista, sindicatos y gremios, pequeñas y medianas empresas y comercios, así como trabajadores formales e informales, profesionales, docentes, artistas, intelectuales, esto es, toda una heterogénea gama de personas, movimientos e instituciones en diferentes situaciones socio-culturales, que por su extracción social comparten el destino de los sectores subalternos, justamente porque no están enroladas en los sectores dominantes, esto es, no pertenecen a la oligarquía. De una forma simplificada, aunque bastante certera, el campo popular se compone de todos aquellos que no vivimos de rentas, ni de la especulación financiera, ni somos dueños ni directivos de grandes empresas. En una palabra que vivimos de nuestro trabajo. Siguiendo la división que establece Paulo Freire, entre “Antagónicos” y “Diferentes”, el campo popular, para nosotros, son los “diferentes”, siendo los antagónicos los que “prohíben ser”. Los diferentes somos, entonces, todo ese conjunto heterogéneo de personas, movimientos sociales, organizaciones e instituciones que no pertenecemos a los sectores dominantes en las sociedades y, por lo tanto, no le prohibimos ser a nadie. A esto nos referimos con “campo popular”.

  8. Se trata de las denominadas: “Teorías Contractualistas”.

  9. Thomas Hobbes sostenía que en el estado de naturaleza, esto es, sin gobierno político, el hombre es lobo para el hombre”.

  10. El pueblo detenta el poder, por lo tanto es el soberano. En las monarquías cuyo sistema de gobierno fue reemplazado por la democracia liberal (la democracia burguesa), los soberanos eran, por derecho divino, el rey, los príncipes y la nobleza. Pero ahora, en las democracias liberales, el soberano es el pueblo que, dadas sus carencias e incapacidades para autogobernarse, debe enajenar su poder en un “representante” o conjunto de “representantes” que, en su nombre, gobernarán. De esta forma, el pueblo no ejerce ningún tipo de función política concreta. En una palabra, se despolitiza. Y esta “despolitización” es un enorme problema para los pueblos, porque la debilita notablemente y le quita sustancia a la democracia.

  11. Pero es importante dejar bien claro que no estamos proponiendo destruir ni reemplazar el modelo de la “representatividad”, sino sustanciarlo democráticamente a partir de la elevación del nivel de alfabetización política de la ciudadanía. Por eso lo definimos como modelo “liberal” de representatividad, ya que es posible aspirar a formas de representatividad mucho más democráticas.

  12. Pero queremos dejar claro que, de ninguna manera, estamos socavando la democracia. Por el contrario, nuestra crítica es constructiva, porque buscamos y pretendemos una democracia de más alta calidad, donde el vínculo de “representatividad” sea realmente sustantivo. Y esto sólo lo lograremos con una ciudadanía con consciencia política.

José Luis Lens

Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Actualmente, Profesor Titular de la Cátedra de Educación Popular en la FCH-UNCPBA y Profesor Adjunto de Ciencias Políticas en la UBA-CBC.

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