Política

Las dos dimensiones de la política

Las dos dimensiones de la política[1]

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Existen dos conceptos de “política”, aunque es cierto que se ha naturalizado la existencia y uso de uno solo de ellos, la que hacen los políticos. Se trata de la política de partidos, la política de los políticos. La mayoría de las personas, cuando se definen como a-políticas están pensando en ese significado. En realidad se están definiendo como a-partidarias. Pero hay otro significado de política[2]. La política como compromiso y movilización ciudadana en el marco de la búsqueda de la autodeterminación colectiva. Y aquí no tiene cabida la apoliticidad. Estos dos conceptos diferentes reclaman la comprensión de dos dimensiones de la política, la trascendente y la inmanente, que ahora veremos.

Desde aquí queda claro que se puede ser a-partidario, pero es imposible ser a-político.

La dimensión trascendente de la política

Comencemos recordando algo que dijimos en otro de nuestros artículos: “el posicionamiento ideológico es existencial antes que político”. Ser de derecha o de izquierda es una opción de vida, que involucra la dimensión espiritual de las personas. Es indudable que aquí se pone en juego la sensibilidad y el amor por la humanidad. Derecha e izquierda no son, por lo tanto, definiciones partidarias, sino existenciales de las personas. Aquí está el fundamento de plantear dos dimensiones de la política, una “trascendente” y otra “inmanente”.

El compromiso con la sociedad y mundo en el que vivimos es un acto de responsabilidad que implica asumir una posición política que se dirime en la opción de luchar por la transformación del mundo existente o su conservación. De estar del lado de los dominadores o de los dominados. Y aquellos que no asuman la opción, que pretendan quedarse en una supuesta neutralidad ideológica[3], estarán también asumiendo una posición, la de los dominadores. Por eso, en esta comprensión del concepto no hay posibilidad de ser apolítico. La opción por la transformación de la realidad nos conduce a la lucha por otro mundo posible. Este concepto de política lo encuadraremos en el marco de lo que denominaremos dimensión “trascendente “de la política. Al concepto tradicional y dominante de la política entendida como la que hacen los políticos profesionales, debemos incorporarle esta otra. La existencia de estos dos significados del concepto de política, entonces, nos obliga a plantear dos dimensiones de esta práctica:

1) La dimensión trascendente de la política y

2) La dimensión inmanente de la política.

La dimensión trascendente de la política se define en la opción ético-política, que nos lleva a una toma de posición teórico-ideológica fundamental frente a la división dominadores-dominados y la creciente brecha de desigualdad que determina y crece año a año en el planeta. Es una decisión ideológica fundamental que se nos plantea a partir de una opción ético-política insoslayable. O nos comprometemos y movilizamos por otro mundo posible. O nos comprometemos, aunque no lo explicitemos y creamos que podemos ser espectadores, con la conservación, mantenimiento y promoción del mundo existente. Las posiciones neutrales o de inconsciencia frente a la opción, ya lo vimos, apuntalan y favorecen las posiciones de los dominadores. Por lo tanto, en esta dimensión la apoliticidad es imposible.

Todas las posiciones críticas y autocríticas frente a la realidad social y política, en todas sus dimensiones, encuentran aquí su sentido y fundamentación. De ahí que esta dimensión sea fundamental para nuestra definición política.

Aquí se define si somos realmente progresistas o conservadores, si asumimos un posicionamiento ideológico progresista, humanista o de izquierda (en el sentido amplio y valioso de este concepto), o, contrariamente, adoptamos posiciones conservadoras o de derecha.

Recordemos que aquí no definirse, es definirse, ya que decidirnos respecto del sentido de nuestro compromiso con nuestra sociedad y el mundo, es inevitable. Además, las posiciones inconscientes respecto de la opción y de no definición expresa, nos colocan en la vereda de los dominadores. También debemos considerar que los fundamentos de esta dimensión nos exigen una mirada amplia, humanista y absolutamente orientada a la consecución del bien común, la justicia social y la defensa incondicional del medio ambiente y la conservación del planeta.

De alguna manera este es un plano en el que se juegan los sueños, el deber ser y la utopía, en el sentido de la búsqueda de un mundo que no existe y que queremos que exista. La definición de trascendente encuentra su significado en los fines que se persiguen, que van más allá de la voluntad de acumular poder por el poder mismo. Se trata de fines trascendentes, porque no son colocados por el poder y las ansias de dominio, sino por los deseos de paz y verdadero amor a la humanidad. Pero no se trata de sueños puramente idealistas, sino de sueños que alimentan la acción por la transformación del mundo. Este es el sentido de la dimensión trascendente. De ahí su valor de fundamento esencial para la acción y las decisiones políticas estratégicas en todos los campos.

La dimensión trascendente de la política es el lugar de nuestras definiciones de fondo y del compromiso socio-ético. Aquí se define con quién estamos, de qué lado nos paramos y cómo nos posicionamos en un mundo de dominadores y dominados. Esta dimensión es importante para realizar y comprender lo que denominamos “corte ideológico” de las personas, los funcionarios y los políticos. En esta dimensión tienen pleno sentido las categorías de izquierda y derecha que, más que definiciones políticas, son definiciones filosófico-existenciales, que revelan la esencia de nuestra personalidad como seres humanos.

Por eso, decimos que no hay políticos de izquierda y derecha, sino personas de izquierda y derecha, que luego, si hacen política, le darán a sus acciones la impronta ideológica de su personalidad.

En el caso inverso, sucederá lo mismo. Las personalidades de derecha, harán política de derecha. Sería absurdo esperar, por ejemplo, que Donald Trump proponga y realice una política progresista. Tampoco podremos suponer que de la mano de Mauricio Macri se vayan a implementar políticas favorables a los sectores populares, como una distribución diferente de la que drena la riqueza para los que más tienen. De ahí el absurdo de aquellos que esperan que sus políticas cambien, o de los que piden que le tengamos paciencia, o de los que dicen que hay que dejarlo gobernar. Por eso, aquellos políticos y sindicalistas que venden y ejecutan la idea de que hay que darle “gobernabilidad” a la administración neoliberal de Mauricio Macri, están traicionando a su pueblo.

Esta dimensión es fundamental para conocer el perfil ideológico, en el sentido transcendente, no meramente partidario, de las personas.

Pero lo más importante, es que mediante el “corte ideológico” sabremos cuáles son las verdaderas intenciones de los funcionarios, sindicalistas y políticos. Y el corte ideológico, teniendo en cuenta esta dimensión, no es difícil de descubrir. De esta forma nos daremos cuenta cuando un político se define desde lo ideológico o desde otros intereses. Porque quien tiene alguna idea de la política sabe que hay muchos políticos sin ideología, sólo buscando réditos materiales y de poder, sin fines trascendentes, esto es, sin una verdadera causa que los mueva.

Esta dimensión, que es esencial, se ubica en el plano de los idearios. Es el espacio de las definiciones ideológicas y ético-políticas fundamentales. Claro que aquí no es donde se toman las decisiones estratégicas, que sí son reclamadas en la dimensión inmanente, la de la política concreta.

Debemos tener muy claro que la definición ideológica la realizamos en esta dimensión, pero las decisiones políticas concretas las tenemos que tomar en la dimensión inmanente. Pero, como veremos, no es lo mismo tomar nuestras decisiones en el espacio de la política concreta, teniendo una definición ideológica clara, que hacerlo sin definiciones. Los resultados y las consecuencias serán muy diferentes.

La dimensión inmanente de la política

Esta dimensión es la de la política de los partidos, la vinculada a la que podríamos denominar políticas de gobierno y nuestra participación en ellas. Esta es la política en el sentido llano del concepto, la de los gobiernos, que nos afecta a todos. Recordemos que estas políticas de gobierno se producen en el marco de la democracia liberal, con todo lo que ello implica desde el punto de vista normativo e institucional. La democracia liberal, como veremos, condiciona de muchas formas el accionar de ciudadanos y políticos. Pero lo más importante a considerar es que la dimensión inmanente es el de la política que “es”, que dista mucho de la que queremos que sea. Y la política que es, tiene muchos problemas y es muy compleja, pero es la que hay y es inevitable.

Es en esta dimensión concreta, que dista mucho de ser la ideal, donde debemos tomar nuestras decisiones. Es en esta dimensión concreta donde se juega nuestro futuro, el de nuestras familias y el del pueblo todo. Es preciso tomar consciencia de que los contextos, escenarios y coyunturas políticas nunca son las ideales, sino que distan mucho de serlo, son las que pueden dar las comunidades, los pueblos. Tengamos claro que los políticos que tenemos son los que podemos tener. Si no son mejores es porque nosotros tampoco somos lo suficientemente responsables y comprometidos, en lo socio-político, como para generarlos. Ser conscientes de este problema es fundamental para tomar decisiones. Por eso, la opción siempre va a tener un sesgo especial, que muchas veces se define como elegir lo menos malo. Y esta situación de vernos en la disyuntiva de elegir “lo menos malo”, contribuyó y contribuye, sin duda, al desprestigio de la política, lo que la derecha conservadora promueve y aprovecha con gran rédito.

Pero la culpa de tener siempre que elegir lo menos malo, no es exclusiva de los políticos, de su baja calidad, honestidad y competencia, sino que también nosotros, la ciudadanía, tenemos una gran responsabilidad. Por eso, la apatía política fundada en la idea de que todos los políticos son iguales, que la política es una porquería, no es sostenible. Esta es la posición escéptica que promueve y le es totalmente funcional a la derecha conservadora.

LA IDEA DE QUE TODOS LOS POLÍTICOS SON IGUALES Y DE QUE LA POLITICA ES UNA PORQUERÍA, ES UNA EXCUSA –CONSCIENTE O INSCONSCIENTE- QUE EXPRESA UNA GRAN IGNORANCIA Y FALTA DE RESPONSABILIDAD POR PARTE DE QUIENES LO MANIFIESTAN.

Quienes tienen un buen nivel de alfabetización política saben de la indiscutible importancia de esta práctica. De ella dependen nuestras vidas y nuestro futuro. POR ESO, NO INVOLUCRARSE ES UN ACTO DE GRAN IRRESPONSABILIDAD. Aquí es imposible no recordar a Bertolt Brecht:

“El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de las alubias, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”

Saber evaluar bien entre las opciones existentes es una de las claves en la dimensión inmanente. Los criterios que deberíamos poner en juego son los siguientes:

  • Haber realizado la opción ético-política en la dimensión trascendente. Cuanto más firme y clara sea está opción mejores serán los resultados de la evaluación.
  • Tener clara consciencia de que estamos muy lejos de cualquier opción ideal. Los príncipes o princesas azules de la política no existen.
  • Que es fundamental enfocarnos en la investigación histórica de las opciones, tratando de tener muy en claro cuál es la peor de ellas.
  • Que hay que utilizar el criterio de elegir lo mejor de lo que hay[4].
  • Desestimar sin más preámbulos las propuestas de grupos, partidos y alianzas políticas provenientes de los sectores empresariales corporativos o muy vinculados a ellos. El Estado en manos de funcionarios formateados en las prácticas y valores del mercado y las finanzas es muy perjudicial para los pueblos. Es sencillamente, como lo estamos viendo, una catástrofe.
  • Elegir, luego de ponderar el carácter progresista de las propuestas, a partir de sus historias y el perfil y la actuación de sus líderes y participantes. Teniendo siempre presente que lo ideal no existe.
  • Ser conscientes de que la no participación en las elecciones beneficia siempre a los sectores de la derecha conservadora. Por eso, hay que evitar la abstención y también el voto en blanco.
  • Elegir siempre, como veremos a continuación, a partir de poner en juego una ética de la responsabilidad y no de los principios.

En la dimensión inmanente, si bien hay definiciones ideológicas, éstas se mezclan y entrelazan de mil formas con la lucha cruda por el poder, que no pocas veces oscurece las verdaderas necesidades y objetivos que debe tener la acción política. Sabemos que existen muchas internas despiadadas a espaldas de los militantes y del público. Poca transparencia, muchas traiciones. Mucho travestismo y gatopardismo. El sistema electoral, eje vertebrador de la democracia representativa impulsa, nos guste o no, al clientelismo, porque el voto de un militante vale lo mismo que el de un clientelizado. Si todos los votos valen lo mismo, para qué vamos a promover el empoderamiento de los sujetos populares. Basta con clientelizarlos.

Asimismo, a las internas de los partidos y de los gobiernos a cargo del Estado nacional y los estado provinciales, le debemos agregar las luchas entre el oficialismo y la oposición, que también están muy alejadas de la ética. Esta es la dimensión inmanente de la política. Acá debemos meternos inevitablemente en el barro de la política. Por eso, la gran pregunta aquí para los ciudadanos es: ¿cómo tomar decisiones realmente estratégicas y correctas a la hora de elegir en las instancias electorales? ¿Qué debemos considerar y analizar? ¿qué criterios utilizar? Y para los militantes y políticos, ¿con quiénes militar?, ¿en qué partido o grupo político trabajar? ¿con quiénes comprometernos y movilizarnos? En una palabra, ¿cómo tomar decisiones políticas, en las diferentes situaciones, que sean realmente estratégicas?

Tengamos en cuenta que mientras las sociedades y sistemas políticos no se sustantiven democráticamente lo que, como mostraremos, depende fundamentalmente del compromiso y movilización de la ciudadanía, esto es, de la politización del pueblo, deberemos tomar decisiones en la dimensión inmanente de la política, es decir, en la coyuntura existente, en lo que hay, y no en lo que queremos que haya. Esto es inevitable. Y las decisiones que tomemos tendrán enormes consecuencias para nuestras vidas, y las de lo que nos rodean. Los errores en este campo se pagan muy caro, como lo estamos comprobando en este momento. De nuestras decisiones depende con qué geopolítica nos alinearemos, cómo será la distribución de la riqueza, hacia dónde se dirigirá, cómo será la función del Estado, si regulará y controlará al mercado, si favorecerá el mercado libre, si el Estado quedará en manos de los poderes fácticos o del pueblo, etc.

Como veremos a continuación, tomar decisiones en la dimensión inmanente, decisiones que, por otra parte, son inevitables, requiere asumir la práctica de una ética de la responsabilidad, lo que implica dejar de lado la ética de los principios. La ética de la responsabilidad, contrariamente a la de los principios, se caracteriza por hacerse cargo de las consecuencias de las decisiones tomadas, lo que, en el terreno de la estrategia política es fundamental.

La importancia de poner en práctica una ética de la responsabilidad

Aquí hay dos preguntas clave:

1. ¿Cómo tomar decisiones políticas realmente estratégicas siendo coherentes con la opción ético-política asumida?

2. ¿Debemos o no, tomar decisiones a partir de principios éticos y doctrinarios?

Respecto de la primera pregunta, y como veremos, sí es posible apuntar a una intencionalidad de coherencia, pero utilizando una ética de la responsabilidad y no de los principios

En lo que hace a la segunda, es evidente que en la dimensión inmanente no conviene tomar decisiones sin tener en cuenta sus consecuencias. Por lo tanto, no es posible pretender ser realmente estratégicos a partir de una ética de los principios, ni a partir de supuestos y principios doctrinarios, dogmáticos y ortodoxos. Si bien, seguir nuestros principios, dogmas y ortodoxias, nos puede dejar muy tranquilos, las consecuencias pueden ser desastrosas. Por eso, vamos a mostrar que en la dimensión inmanente de la política es necesario tomar decisiones estratégicas que implican priorizar una ética de la responsabilidad.

Pensar y realizar la política desde la perspectiva transcendente tiene muchas ventajas para conseguir su dignificación y apuntalar el sueño de lograr sociedades y un mundo mejor, más solidario, igualitario y justo. Priorizar la politización respecto de la partidización es la estrategia decisiva para lograr una política realmente humanizada, realmente constructiva y tendiente a la paz. La idea es posicionarnos en la dimensión transcendente y pensar y actuar desde allí, pero a partir de una ética de la responsabilidad y no de los principios. Acudimos aquí a la ayuda de Max Weber, quien nos propone distinguir con claridad una “ética de los principios” de una “ética de la responsabilidad”, priorizando la adhesión, con muy buenas razones, a esta última:

“Tenemos que ver con claridad que cualquier acción orientada éticamente puede ajustarse a dos máximas fundamentalmente distintas entre sí y totalmente opuestas: puede orientarse según la ética de los principios o según la ética de la responsabilidad. No es que la ética de los principios signifique una falta de responsabilidad o que la ética de la responsabilidad suponga una falta de principios. No se trata de eso. Sin embargo, entre un modo de actuar conforme a la máxima de una ética de principios, cuyo ordenamiento, religiosamente hablando dice: el cristiano obra bien y deja los resultados a la voluntad de Dios, y el otro modo de obrar según una máxima de la ética de la responsabilidad, tal como la que ordena tener presente las previsibles consecuencias de la propia actuación, existe una insondable diferencia. En el caso de que ustedes intenten explicar a un sindicalista, así sea lo más elocuentemente posible, que las consecuencias de su modo de proceder habrán de aumentar las posibilidades de la reacción y acrecentarán la tiranía sobre su clase, dificultando su ascenso, no será posible causarle efecto, en el caso de que ese sindicalista se mantenga inflexible en su ética de los principios. En el momento que las consecuencias de una acción con arreglo a una ética de los principios resultan funestas, quien la llevó a cabo, lejos de considerarse comprometido con ellas, responsabiliza al mundo, a la necedad de los hombres o la voluntad de Dios por haberlas hecho así. Por el contrario, quien actúa apegado a una ética de la responsabilidad toma en consideración todas las fallas del hombre medio” (Weber, Max, 1928: 32).

Podemos poner muchos ejemplos para aceptar la posición que nos recomienda, en forma muy solvente, Max Weber. Pongamos el caso de una elección de mandatarios en un país de nuestra región, no importa cual, en la que compiten una facción que apunta a una mejor distribución de la riqueza y un alineamiento con el proceso de integración por la soberanía de Latinoamérica, es decir, un gobierno de signo popular y, por el otro lado, una propuesta favorable al neoliberalismo, con toda la secuela de “ajustes” y desgracias para el pueblo que ello significa. Ocurre que el gobierno de sesgo nacional y popular es merecedor de críticas que apuntan a acciones de corrupción de algunos de sus funcionarios, así como a manejos en la conducción con sesgo autoritario y poco democrático. Es evidente que las críticas, si bien son armadas, magnificadas y usadas por la oposición, pueden tener una base real. ¿Qué hacer, entonces, desde la dimensión transcendente, esto es, desde una posición politizada? Si desde una posición ética principista adoptamos una posición absolutizada y sancionadora de la facción nacional y popular, estaremos apoyando a la oposición neoliberal. Si, por el contrario, decidimos desde la ética de la responsabilidad, veremos conveniente apoyar a la facción nacional y popular, porque las consecuencias de no hacerlo, serían directamente promover el triunfo de la facción neoliberal. Y no hace falta señalar lo funesto para nuestros pueblos que fueron y siguen siendo las políticas neoliberales. Queda claro que una ética de la responsabilidad nos obliga a pensar en esto último. Es evidente aquí, que la decisión es coherente con la definición ideológica asumida, esto es, la posición anti neoliberal. Hubiera sido incoherente, si nos hubiéramos movido a partir de una ética de los principios.

También debe quedarnos claro que adoptar una ética de la responsabilidad no significa dejar de lado los principios, sino priorizar las consecuencias de nuestras acciones. Los principios siguen siempre vigentes, por eso, apoyar a la facción nacional y popular no significa dejar de lado nuestras críticas, sino mantenerlas. Si uno pertenece a ese espacio, esto es, está partidizado, lo correcto es ser autocrítico, aunque esa actitud tenga, por supuesto, costos. Si uno no pertenece a ese espacio, es decir, no está partidizado, mantendrá sus reservas y críticas, pero siempre habiendo decidido con racionalidad las consecuencias negativas de no apoyar a dicho partido o gobierno. Adoptar posiciones politizadas y no partidizadas[5] promueve la autocrítica y nos previene de la lucha sorda, ciega y sin códigos por el poder. Pero si ignoramos la dimensión trascendente de la política, entones, la pregunta es si hacer política vale la pena. Además, avalaríamos y certificaríamos la idea, ya naturalizada en el imaginario popular, de que la política es sucia, es una mala palabra. Por eso, para revalorizar a la política, debemos pensarla y hacerla desde su dimensión trascendente, pero, claro, asumiendo la contradicción que implica la inevitable aceptación de la existencia de la dimensión inmanente.

La izquierda radicalizada, por ejemplo, se mantiene en el purismo dogmático que, por supuesto no toma en cuenta la ética de la responsabilidad. En todo momento podemos comprobar esto que decimos, cuando los titulares del FIT (Frente de Izquierda de los Trabajadores) no pierden la oportunidad de seguir criticando, en cuanta oportunidad se les presente y de manera virulenta en público, al ex gobierno de Cristina Fernández. En este despropósito estratégico, arrastran a otros grupos y representantes de la izquierda, que no comprenden que con esta actitud son funcionales al gobierno neoliberal de Mauricio Macri, que ha montado la legitimación de su nefasto plan de gobierno en la demonización y destrucción mediática-judicial y simbólica del gobierno nacional y popular de Cristina Kirchner.

  1. Este artículo tiene como base los capítulos: Las dos dimensiones de la política; La dimensión trascendente de la política; La dimensión inmanente de la política y La importancia de poner en práctica una ética de la responsabilidad, el libro: Lens, José Luis (2017) Para que no nos tomen por bolud@s. Elevemos nuestro nivel de alfabetización política para derrotar a la derecha conservadora neoliberal. Buenos Aires: Editorial Dunken..
  2. Este es el significado aristotélico de política. Aristóteles definía así al ciudadano: “Ciudadano es aquel que sabe gobernar y ser gobernado”. Es que es inconcebible un ciudadano que no sepa gobernar, que delega esa acción fundamental para su destino, en manos ajenas. Sin embargo, hemos naturalizado completamente esa delegación, mejor dicho, enajenación de nuestro poder, en un grupo de especialistas externos. Esta es la esencia de la democracia representativa.
  3. Es la falsa neutralidad” de la que habla el Papa Francisco.
  4. Generalmente, el criterio –resultante de la despolitización reinante- es elegir el menos malo. Nosotros, que promovemos la politización de la ciudadanía, sugerimos el uso del criterio de elegir lo mejor de lo que hay.
  5. Es importante tener claro que la politización no es opuesta ni excluye a la partidización, sino que ambas posiciones se articulan, pero, claro, con la preeminencia, como veremos, de la politización y en el marco de una ética de la responsabilidad.

José Luis Lens

Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Actualmente, Profesor Titular de la Cátedra de Educación Popular en la FCH-UNCPBA y Profesor Adjunto de Ciencias Políticas en la UBA-CBC.

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