Política

La lucha política y la disputa partidaria

La lucha política y la disputa partidaria

Desde el País de Alicia: Los Movimientos Sociales y el Gobierno del  Presidente Medina: ¿Desmovilización?, ¿cuál desmovilización?

La verdadera política no se expresa en la disputa de los partidos, sino en la lucha entre las oligarquías y los pueblos. La disputa partidaria es una pelea para acceder al poder de gobierno, a la administración del Estado, mientras que la lucha política es la lucha por la distribución del poder en la sociedad. Es muy importante que la ciudadanía que conforma el amplio campo popular[1] sepa distinguir la lucha política de la disputa partidaria y tenga plena consciencia de sus diferencias[2].

La lucha por la distribución del poder en las sociedades, que se diferencia de la disputa por la administración del gobierno, nos abre a la comprensión de dos significados del concepto de política, el de ”politización” y el de “partidización”. Nos politizamos al tomar posición en el marco de la contradicción de intereses entre la oligarquía y el pueblo. Nos partidizamos al definir nuestra elección respecto de la oferta de partidos y alianzas políticas aspirantes a ganar la administración de gobierno. Por supuesto que es en la politización donde adquirimos nuestra identidad ideológica, en ella están los fundamentos de nuestra partidización, es decir, de nuestra elección partidaria.

Es evidente que quienes están a cargo de la administración del gobierno, sólo tienen una parte del poder y no la mayor, ya que en las democracias liberales los dueños del poder son las oligarquías. Desde aquí sostenemos que la disputa partidaria para acceder a la administración del Estado, si bien es una instancia importante, no es decisiva, porque si el gobierno que gana la elección no posee una buena cuota de poder, sus posibilidades de enfrentar los presiones y condicionamientos de la oligarquía para tomar decisiones políticas será baja y, por ende, correrá riesgos desestabilizadores y hasta destituyentes, como ocurrió históricamente en la Argentina y hoy está ocurriendo otra vez.

Cuando hablamos de una buena cuota de poder nos referimos a en qué medida la estructura y conformación del Estado con sus tres poderes obstaculiza o favorece la toma de decisiones a favor de los intereses populares, el nivel de democratización de los medios de comunicación masivos y el nivel de compromiso y participación política de la ciudadanía.

La oligarquía tiene poder para condicionar y formatear, a la medida de sus intereses, a los tres poderes del Estado, así como monopolizar los medios de comunicación masivos. Puede convertir en Presidente de gobierno, como ocurrió en 2015, a un representante de sus intereses, que va a usar el Poder ejecutivo para favorecer mediante decretos a los distintos sectores de poder: como el agroexportador, el sistema económico-financiero especulativo y multitud de empresas, incluso haciendo negocios con ellas. También extorsionará a jueces para tenerlos de su lado y, por supuesto, los grandes medios hegemónicos, que lo llevaron al poder y lo blindan a fuego, estarán a su servicio para perseguir y encarcelar a sus adversarios políticos. Así actúa la oligarquía.

Sabemos que el Estado es un terreno de disputa entre los poderes fácticos y el poder popular. También sabemos que en esta correlación de fuerzas hay una marcada asimetría que favorece a los poderes fácticos. Los poderosos lobbies de la oligarquía presionan y condicionan todo el tiempo al gobierno que administra el Estado, para lograr transformar su estructura a favor de sus intereses y lograr condicionar de diferentes formas las decisiones del gobierno, frenando las que no les convienen y promoviendo las que les convienen. En este contexto ya conocemos lo que ocurre y va a seguir ocurriendo si el pueblo no está empoderado y en pie de lucha.

La amalgama sinérgica entre el poder popular y el poder de gobierno es la clave para luchar con éxito contra la oligarquía. El poder del pueblo se efectiviza en su capacidad y competencia para incidir sobre el gobierno de sesgo nacional y popular. Esta incidencia se concretiza en su capacidad para presionar, condicionar y, a la vez, apoyar al gobierno.

Aquí queda claro que la disputa por la administración del Estado, si bien es importante, no es suficiente. Hay otras luchas de enorme importancia en las que la ciudadanía que conforma el amplio campo popular tiene un papel de primer orden, como por ejemplo, la defensa del salario y los derechos laborales, la defensa de los derechos conquistados, como las pensiones y jubilaciones, la lucha por la democratización de la información, que implica la desmonopilización de los medios de comunicación, la lucha por la transformación democrática del sistema educativo, la incidencia sobre y el control de los representantes del pueblo. Y algo de suma importancia, la participación y movilización continua del pueblo, apoyando al gobierno frente a los permanentes ataques desestabilizadores de la oligarquía y sus decisiones a favor de las mayorías. Esto último tiene un valor especial sobre todo cuando los medios de comunicación, como ocurre hoy en nuestro país, están en manos de los sectores dominantes.

Como puede observarse, estas luchas van mucho más allá del voto para elegir gobierno, porque se trata de luchas políticas, que se dan en el marco de la contradicción de intereses entre la oligarquía y el pueblo.

Sabemos por experiencia que las oligarquías someten a los pueblos a una fuerte despolitización porque les hacen creer que la política se dirime en la lucha entre los partidos y las alianzas políticas, cuando lo esencial es la lucha de intereses entre dominadores y dominados. Para lograrlo saben ocultar la contradicción fundamental oligarquía-pueblo, que consiguen con su poder para manipular a la población. Mediante su intensa manipulación a través de los medios concentrados de comunicación y las redes sociales, logran que para una gran parte de la ciudadanía, la política se reduzca a la disputa partidaria. Y que la ciudadanía lo crea, como ocurre, nos señala una severa despolitización, porque la lucha política, como estamos viendo, va más allá de los partidos. Si no somos conscientes de que La lucha por el gobierno es sólo una parte de la lucha por el poder, perderemos la posibilidad de gravitar en la política como ciudadanos y como pueblo. Y si no nos hacemos cargo de la política le dejamos el camino libre a la oligarquía para que gobierne, con todos los costos sociales y humanos que ello implica.

Como el ciudadano despolitizado cree que la política se dirime en la lucha de los partidos por hacerse con el gobierno político, si la Argentina no despega es por culpa de los partidos políticos que no saben gobernar. No les quitamos responsabilidad a los partidos y a los gobiernos, pero, como estamos mostrando, el problema va más allá. La verdad cruda es que la Argentina no despega por la acción egoísta, desestabilizadora y anti patriótica de la oligarquía local y el injerencismo de la geopolítica de Washington en la región.

En este contexto el ciudadano medio vierte su consenso y su voto desde un posicionamiento pasivo, sin responsabilidad y compromiso político. Después, en casi todos los casos, se siente frustrado, porque ese consenso y ese voto la mayoría de las veces termina siendo desacreditado por las acciones del gobierno al que apoyó. El ciudadano medio, despolitizado, en su ingenuidad cree que los fracasos son pura responsabilidad de los gobiernos políticos, porque no sabe que los gobiernos tienen un poder limitado por las oligarquías. Poseen una parte del poder político, que no es la mayor. Los gobiernos están sometidos a la presión y condicionamientos de los poderos fácticos, de las oligarquías de adentro y de afuera. En el caso de nuestra región sufrimos, además de la presión y condicionamientos de la oligarquía local, las injerencias de la geopolítica de Washington. En esta circunstancia es muy ingenuo responsabilizar exclusivamente a un gobierno del fracaso de su gestión[3]. Y es más ingenuo aun creer que los gobiernos por sí solos van a resolver los problemas de los países. Los gobiernos, para no ser sometidos por las oligarquías, necesitan de pueblos empoderados. Pero no es concebible pensar en pueblos empoderados con grandes sectores de la ciudadanía despolitizados.

El ciudadano despolitizado ignora algo que es esencial, que la política se dirime en la lucha oligarquía-pueblo, que es una lucha de poderes. Consecuentemente, ignora, también, que en la correlación de fuerzas entre los poderes fácticos y el poder popular existe una asimetría que favorece a los primeros. Finalmente, no sabe tampoco que esos poderes fácticos influyen y condicionan decisivamente a todos los gobiernos, incluidos los de sesgo nacional y popular, Por eso, le atribuye el fracaso a los gobiernos, esto es, a los partidos políticos o alianzas que se convierten en gobierno mediante las elecciones. Ese es el derrotero del ciudadano medio, criticar, maldecir y rechazar a los políticos y a los partidos y alianzas, obviamente bajo la manipulación de los medios de comunicación hegemónicos, que le ocultan la contradicción fundamental, dejándolo desarmado frente a las contradicciones partidarias, que son secundarias. Enredado en esas contradicciones secundarias, sin ver más allá, comete los errores de siempre, sigue manteniéndose pasivo, apático y despolitizado, creyendo que una elección puede cambiar la realidad, cuando no es así, cuando los hechos nos señalan que es insuficiente.

Nos hemos cansado de comprobar que los cambios de gobierno, salvo algunos momentos excepcionales, no transforman sustancialmente la realidad. ¿Por qué? Porque para cambiar la realidad es necesario transformar la correlación de fuerzas entre la oligarquía y el poder popular, siendo la administración del Estado un espacio en disputa entre esos dos poderes.

Los pueblos tienen un papel fundamental en la lucha por la transformación de la realidad. De ahí que deba existir un compromiso grande de la ciudadanía que conforma el amplio campo popular, pero no con un partido, sino con una causa nacional y popular. En realidad estamos con un partido o una alianza determinada porque representa los intereses de la nación y el pueblo. Ese es el contrato que tiene que hacer el pueblo con ese partido o alianza.

Se trata de un contrato de representatividad que tiene obligaciones mutuas, responsabilidades del gobierno y responsabilidades del pueblo para mantener esa alianza de poder y luchar contra la oligarquía. Porque en definitiva en la contradicción fundamental está la clave de la politización. Politizarse es entender el significado de la contradicción fundamental, porque ese es el problema político de fondo, la lucha entre los intereses de los sectores dominantes y los del pueblo.

La “dimensión trascendente de la política” es, precisamente, la que se establece en el marco de la contradicción fundamental. Esta es la dimensión de la politización. Me politizo al entender y tomar consciencia de que la lucha principal, decisiva, es la de oligarquía-pueblo. Esta es la lucha clave que tenemos que disputar.

Mientras que la “dimensión inmanente de la política” es la que se da en la disputa partidaria, que es una pelea por el poder de gobierno y no una lucha por el poder. Si nosotros creemos que la disputa partidaria es lo esencial, que es lo que quiere que entendamos la oligarquía a través de su intensa manipulación mediática, nos confundiremos, porque la batalla principal no está ahí, sino en la disputa de poder entre la oligarquía y el pueblo. Si nosotros ignoramos la lucha fundamental no vamos a poder pensar claramente ni actuar en forma estratégica en la dimensión inmanente. Por eso la oligarquía va a emplear todos los medios posible e imposibles para evitar que la ciudadanía obtenga esa claridad. Va a utilizar todo tipo de estrategias para despolitizarla.

La principal pelea de los ciudadanos y ciudadanas que conformamos el amplio campo popular es con la oligarquía. De ahí que nuestra adhesión partidaria deba ser definida a partir de comprender esa lucha de poder. Cuando uno toma consciencia y comprende bien esa instancia, después no tiene problema para darse cuenta de cuáles son los partidos y alianzas políticas del establishment y cuáles son los partidos y alianzas que responden a los intereses nacionales y populares. Pero para esto hay que estar politizado.

En este contexto entran en crisis varias ideas. En primer lugar el mito, propio de la democracia liberal de partidos, de que todas las ideas y opiniones políticas son válidas y que, por lo tanto deben ser respetadas y toleradas. Hay una frase muy repetida y alabada que dice: “Aunque no pienso como usted, voy a hacer todo lo posible para que su idea y opinión sea respetada y tolerada”. Aquí hay un error en ciernes. Si bien todas las personas debe ser respetadas y toleradas, no pasa lo mismo con las ideas y las opiniones cuando no están sostenidas por argumentos bien fundados y, sobre todo, cuando son la base de ideas y doctrinas que “prohíben ser a las mayorías” y atentan contra la sostenibilidad de la vida en el planeta.

“Esa creencia últimamente generalizada según la cual no puede existir diferencia de valor entre posturas distintas es un despropósito, en tanto “no todas las opiniones son respetables, ni mucho menos. Lo que son respetables son las personas, pero no las creencias en sí mismas. No merece el mismo respeto una opinión que afirma que dos y dos son cinco que la dice que son cuatro. Y eso es aplicable a cualquier contexto”[4].

Por ejemplo, la idea de que la Tierra es plana no es respetable. La agenda política de las oligarquías está plagada de falsas noticias (fake news), que se presentan y difunden envueltas en discursos mediáticos manipuladores para crear sentido común y una opinión pública favorable a sus valores e intereses Todo el tiempo en los medios de comunicación, con una clara intención manipuladora, nos repiten que “todas las ideas son respetables”. La idea de oprimir y explotar al prójimo no es una idea respetable ni tolerable. Las ideas que llevan a la prohibición de ser de las mayorías no son respetables. Las oligarquías trabajan sobre estas ideas. La idea de la libertad individualista”, esto es, la libertad para oprimir y explotar al prójimo, no es una idea respetable y, menos aun, tolerable. La libertad del zorro en el gallinero no es tolerable y no se debe permitir. Las oligarquías quieren imponer la idea, mediante estrategias de manipulación, de que sus ansias ilimitadas de poder para lograr satisfacer sus deseos la legitiman para oprimir. Pero la libertad para oprimir no es tolerable y debe ser prohibida.

Ahora bien, todas estas ideas de la oligarquía se desprenden de su perversión cuando se disfrazan de democráticas en la dimensión inmanente de la política. ¿Por qué? Porque las ideas de la oligarquía se presentan en el marco de partidos y alianzas políticas del establishment, los partidos políticos de la derecha. Esto es la oligarquía escamoteada como partidos y alianzas políticas en el marco de la democracia liberal. Aquí tenemos a pensadores como Karl Popper, ni más ni menos que uno de los fundadores del neoliberalismo, que lo explica muy bien en su “paradoja de la tolerancia”[5]. Esta paradoja plantea el problema de “hasta donde hay que tolerar a los intolerantes”, Porque díganme si no es un acto intolerante, en el marco de una pandemia en la que todos debemos estar unidos y trabajando para buscar soluciones a los enormes problemas que ha provocado, abocarse con toda la furia a boicotear con una clara intención desestabilizadora y destituyente al gobierno nacional. Y no sólo por razones políticas, sino también por razones ideológicas. Lo sufrimos todos los días. Los ataques mediáticos constantes de los comunicadores de la oligarquía, la corrida cambiaria para provocar una devaluación, los absurdos y fantochescos banderazos continuos. El sesgo ideológico de los ataques queda patentizado, por ejemplo, en los chats de la patota rural de Luis Miguel Etchevere, “si me entra un negro en el campo me lo cargo”, “esos negros sucios, kirchneristas, punteros político sarnosos”, “tenemos que terminar con todos estos kirchneristas piojosos y usurpadores”. Fijémonos que Karl Popper llega a decir que las ideas que prohíben ser a los demás habría que prohibirlas. Claro que Karl Popper es un neoliberal muy atípico, porque piensa y razona.

La otra cuestión que entra en crisis es el tema del consenso, por ejemplo, la tan proclamada “unidad de todos los argentinos”. No es posible la unidad del pueblo con la oligarquía. Políticos desestabilizadores como Eduardo Duhalde, por ejemplo, sostienen todo el tiempo que la política es “consenso” y no confrontación. Desde ahí le realiza una fuerte crítica al kirchnerismo porque, según él, está todo el tiempo buscando un enemigo. Nosotros le decimos a Duhalde que no hace falta andar buscando un enemigo del pueblo y la nación, el enemigo ya está, es la oligarquía.

El consenso es un valor muy importante en la política, pero debemos buscarlo en el amplio campo popular, que es donde realmente se necesita, justamente por la importancia que posee su unidad en la lucha contra la oligarquía. Por su parte, las relaciones del pueblo con la oligarquía deben pensarse en el terreno de las negociaciones, pero desde posiciones de poder. En este sentido cuando más poder posea el pueblo, mejor posicionamiento tendrá para la negociación. Lo mismo ocurrirá con los gobiernos de sesgo nacional y popular.

Lograr consensos con la oligarquía es muy dificultoso. Primero por su intolerancia, que se sustenta en sus ansias ilimitadas de poder. Además, mostrar debilidad con la oligarquía es un suicidio Cómo nos vamos a unir con la oligarquía si ésta no quiere la unidad, sino que está abocada todo el tiempo a sostener y acrecentar su dominio a toda costa y sin escrúpulos. Si se logra consensuar algo con la oligarquía es porque ésta logró mantener todos sus privilegios. Es muy difícil consensuar algo con quienes no están dispuestos a ceder un ápice de su poder. ¿Se puede consensuar algo con el Grupo Clarín? ¿Se puede consensuar algo con Mauricio Macri? Qué se puede consensuar con quienes están todo el tiempo boicoteando a los gobiernos de sesgo nacional y popular, con todo tipo de acciones desestabilizadoras y destituyentes. Es posible elaborar estrategias pero deben ser de mano firme por parte de los gobiernos y con el completo acompañamiento de un pueblo empoderado. El poder popular tiene que estar siempre en acción, en las calles manifestándose, no dispuestos a ceder un milímetro respecto de los derechos conquistados y luchando contra una concentración de poder inmensa, como la que tiene la oligarquía.

Aquí ponemos en juego las dos dimensiones de la política, “politización” y “partidización”. Pero esta última, la partidización siempre hay que entenderla en el marco de sentido de la politización. Si no lo entendemos así estaremos perdidos como ciudadanos, porque seremos objeto de la manipulación de los medios de comunicación concentrados de la oligarquía. Nos van a manipular y ya no sumaremos para acrecentar el poder popular, sino que lo haremos para sostener y proyectar el poder de la oligarquía, que siempre está trabajando para fragmentar y dividir el campo popular. Fijémonos que una forma de hacerlo es la partidización, que obliga a la población a estar todo el tiempo eligiendo entre partidos y alianzas políticas cuando la verdadera elección es entre oligarquía y pueblo. Luego, habiendo tomado consciencia de que la lucha por el poder es la clave, no es tan complicado darnos cuenta de cuáles son los partidos y alianzas políticas que representan los intereses del pueblo y cuáles son los que representan los intereses del establishment. Pero si nos ocultan, sacándola de la escena, a la contradicción fundamental oligarquía pueblo, nos perderemos en las opciones partidarias donde se desdibuja la lucha esencial por el poder. Sin criterios para distinguir a los partidos de la oligarquía de los partidos del pueblo, no sólo nos perderemos en las propuestas de los partidos y alianzas políticas, sino que nos dividiremos como pueblo al tener que elegir entre un conjunto de falsas opciones partidarias.

En cambio, si nos politizamos, para lo cual debemos salir de la caverna mediática, nos colocaremos en la posición correcta, porque identificaremos al enemigo común, no nos dividiremos a partir de falsas contradicciones y acrecentaremos en forma significativa el poder popular.

7/11/2020

El ciudadano politizado

  1. Por “amplio campo popular” entendemos el conjunto de personas, grupos, movimientos y organizaciones sociales, partidos políticos del espacio progresista, sindicatos y gremios, pequeñas y medianas empresas y comercios, así como trabajadores formales e informales, profesionales, docentes, artistas, intelectuales, esto es, toda una heterogénea gama de personas, movimientos e instituciones en diferentes situaciones socio-culturales, que por su extracción social comparten el destino de los sectores subalternos, justamente porque no están enroladas en los sectores dominantes, esto es, no pertenecen a la oligarquía. De una forma simplificada, aunque bastante certera, el campo popular se compone de todos aquellos que no vivimos de rentas, ni de la especulación financiera, ni somos dueños ni directivos de grandes empresas. En una palabra que vivimos de nuestro trabajo. Siguiendo la división que establece Paulo Freire, entre “Antagónicos” y “Diferentes”, el campo popular, para nosotros, son los “diferentes”, siendo los antagónicos los que “prohíben ser”. Los diferentes somos, entonces, todo ese conjunto heterogéneo de personas, movimientos sociales, organizaciones e instituciones que no pertenecemos a los sectores dominantes en las sociedades y, por lo tanto, no le prohibimos ser a nadie. A esto nos referimos con “campo popular”.
  2. Aunque dichas luchas y disputas muchas veces se entremezclan, son diferentes y es importante saber distinguirlas.
  3. Si el gobierno es de un partido del establishment y, que, por lo tanto, aplica políticas neoliberales, su fracaso no nos merecerá mucho análisis. Pero si se trata de un gobierno de sesgo nacional y popular, sí es interesante investigarlo. No nos olvidemos que los gobiernos nacionales y populares son fuertemente atacados todo el tiempo por la oligarquía, por supuesto con ánimo desestabilizador y destituyente.
  4. IV edición del Congreso de Mentes Brillantes, 7,8 y 9 de noviembre de 2013. Madrid.
  5. “La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia. Con este planteamiento no queremos significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque frente a la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponérsenos en el plano de los argumentos racionales, sino que, por el contrario, comiencen por acusar a todo razonamiento; así, pueden prohibir a sus adeptos, por ejemplo, que presten oídos a los razonamientos racionales, acusándolos de engañosos, y que les enseñan a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas. Debemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes. Debemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución, de la misma manera que en el caso de la incitación al homicidio, al secuestro o al tráfico de esclavos” (Popper, K., 1957: 512). POPPER, K., (1957) La sociedad abierta y sus enemigos. Barcelona: Paidós Básica.

José Luis Lens

Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Actualmente, Profesor Titular de la Cátedra de Educación Popular en la FCH-UNCPBA y Profesor Adjunto de Ciencias Políticas en la UBA-CBC.

Descubre más desde Autoformación y Empoderamiento

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo