Filosofía

La ideología como una condición filosófico-existencial

La ideología como una condición filosófico-existencial

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Ser de “derechas” o de “izquierdas” es más una condición existencial que partidaria. Tanto es así, que militar en un partido o movimiento denominado de izquierda o de centro izquierda, no es garantía de ser realmente de “izquierda”.

Ser de izquierda en el sentido existencial es un modo de vida, una manera de concebir y entender el mundo. Es previo a cualquier filiación partidaria o doctrinaria. Ser de izquierda es soñar con un mundo mejor, más justo, más solidario, más humano, más sustentable. Es ser consciente de que las sociedades y el mundo están divididos en dominadores y dominados, en los que tienen la sartén por el mango y los que se fríen en esa sartén. Es ser consciente de que hay que optar irremediablemente por uno de los dos bandos, ya que no hay lugares neutros para pararse. Quien es existencialmente de izquierda no tiene dudas de con quién tiene que estar.

Por eso, aquellos que por ignorancia repiten el latiguillo vacío de que ya no hay ideología y de que hablar de “derecha” y de “izquierda” no tiene sentido, es porque, en el mejor de los casos, no tienen idea de estas diferencias, esto es, no saben distinguir en qué contextos tiene sentido y en que contextos no lo tiene, como mostraremos aquí. ¡Qué claridad política! la del inolvidable maestro Paulo Freire, cuando en sus charlas, en la década de los noventa del siglo pasado, nos decía: “No hay afirmación más ideológica, que aquella que dice que las ideologías han muerto”.

Pero es muy cierto que las categorías de derecha y de izquierda se desdibujan mucho cuando la referencia es partidaria. Es justamente ahí, en esa referencia, que debemos darle la razón a quienes dicen que hoy no tiene mucho sentido hablar de izquierda y de derecha, así como de centro izquierda y centro derecha. ¡Y claro que no lo tiene!!, porque en la política profesional, en la política que lucha por el poder de gobierno no hay ideología, no hay causas trascendentes, sino pura ambición de poder, claro que disfrazada y matizada por toques doctrinarios de fachada para captar adhesiones. También, por qué negarlo, algunas políticas progresistas, que sirven para legitimarse. Pero en las cuestiones y decisiones duras de la disputa por el poder, ahí se terminan las diferencias y se caen las categorías ideológicas.

En el marco de las democracias representativas (liberales), por obra y gracia de la enajenación del poder popular que requiere este bendito sistema, los políticos profesionales no son de derecha ni de izquierda, son políticos, son, como bien dice Pablo Iglesias del movimiento español PODEMOS, una “casta”. Por la irresponsabilidad ciudadana, al cederles todo el poder, los políticos se hacen dueños del Estado. Mientras unos gobiernan, otros aspiran a gobernar y todos los grupos están en guerras privadas detrás del poder. Mientras tanto, el pueblo, la gente, la ciudadanía es un convidado de piedra a la fiesta del poder, los negociados y las infinitas traiciones al mandato popular. Los políticos son administradores de los destinos del pueblo. Si esto es así, y sigue siendo así, los pueblos no tienen destino.

Hablar de “derecha” y de “izquierda” en relación a los políticos profesionales, ha perdido sentido. Y no es difícil entender por qué. En los políticos profesionales prevalece su condición de tales, de su oficio, de su saber hacer específico que, como bien lo confesó Maquiavelo hace ya cinco siglos, es saber conseguir el poder y saber mantenerse en el poder. Por lo tanto, más allá de los matices ideológicos con que se visten para reclutar a sus adherentes y seducir a los que necesitan que los voten, esto es, para legitimarse en la ciudadanía, en ellos prevalece su oficio. Es obvio de que existen excepciones que confirman la regla. Pero en los políticos profesionales no hay ideología, no hay causas transcendentes, sino lucha cruda y despiadada por el poder, mientras el pueblo desempoderado va perdiendo aceleradamente la ilusión de que con este sistema de gobierno las cosas puedan cambiar algún día. Es realmente una gran ingenuidad política seguir manteniendo alguna ilusión de transformación verdaderamente progresista en el modelo de las democracias liberales. Si no comenzamos el tránsito a una democracia realmente participativa, donde el pueblo delibera y tiene parte en el gobierno, donde quienes asumen algún tipo de delegación para administrar lo que es de todos, hacen lo que el pueblo quiere, realmente no tenemos futuro.

José Luis Lens

Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Actualmente, Profesor Titular de la Cátedra de Educación Popular en la FCH-UNCPBA y Profesor Adjunto de Ciencias Políticas en la UBA-CBC.

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