Política

Es la hora de que los pueblos nos empoderemos y ejerzamos la acción política

Es hora de que los pueblos nos empoderemos y ejerzamos la acción política

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Las ciencias y la teoría política desde su nacimiento en épocas de Maquiavelo centraron su reflexión en la conducción de los líderes y dirigentes. En definitiva el arte, o la ciencia, de la política, radicaría exclusivamente en las dirigencias. Ahí estaría la clave. Cómo manejar a los pueblos para lograr los fines del orden y la gobernabilidad. Y las luchas, por supuesto, son siempre entre los grupos dominantes para, como decía Maquiavelo, poner en acto la virtud que define el nivel de calidad de un político: “saber conseguir el poder y saber mantenerse en el poder”. En esta competencia que tan bien define Maquiavelo, lo esencial es la capacidad para manejar y conducir a los pueblos. Está claro que en esta visión la entidad de los pueblos es pasiva, receptiva, una masa moldeable y manipulable. Ese es el rol y el estatus de los pueblos, y no sólo en la ciencia y la teoría política, sino, como podemos comprobarlo, también en la política concreta. Y por cierto que no hemos avanzado mucho en este punto para comenzar a valorar el papel de los pueblos en la construcción de la política. En las democracias liberales, el pueblo no delibera ni gobierna. En los gobiernos nacionales y populares el pueblo tiene un estatus más importante pero debe ser “preparado”. En su libro Conducción Política. Juan Domingo Perón dice:

“Señores: sobre la preparación debo decir que éste es un factor de la conducción muy importante, es decir, que no se puede comenzar a conducir un instrumento que se le entrega a uno y uno lo desconoce, como pasa con todas las cosas de la vida. La masa es para nosotros el instrumento de acción dentro de la política. Para conducirla tenemos que empezar por conocerla; conocerla, prepararla y organizarla. Por eso son tres factores que corren paralelamente y conjuntamente en la acción política. El conocimiento — diríamos así — de este instrumento presupone, en primer lugar, que el conductor que va a conducir la masa sepa perfectamente bien cuáles son los factores que influyen en ella, cómo esa masa reacciona, cuál es el medio habitual de esa masa, dónde incide la acción de esa masa en conjunto o para cada una de sus partes” [1](197-198).

Fijémonos que el pueblo es definido como “masa” e “instrumento”. La masa es influida, la masa reacciona. La masa no es propositiva, sino reactiva. Por eso, la entidad de la masa es ser preparada y moldeada. No obstante, debemos hacer honor a la verdad en la relación de Perón con el pueblo:

Él (Conductor) debe saber perfectamente cuál será la reacción de la masa, porque el juego, dentro de la conducción de la masa, es siempre un juego de acciones y reacciones; vale decir que el conductor, no solamente debe conducir la masa por donde él quiere, sino que también debe considerar lo que la masa quiere.” (Perón, Juan, 1952: 98).

Y no hay duda de que Perón escuchaba al pueblo. Ahí está la historia para confirmarlo.

Hay otro político, que también admiro y que mantiene una idea parecida respecto del pueblo, de la ciudadanía, es Álvaro García Linera, un extraordinario cuadro político de la izquierda y Vice Presidente de Estado Plurinacional de Bolivia. En el encuentro llamado, mal o bien, Contra Cumbre del G20, García Linera dijo[2]:

“Esta es la paradoja que nos ha costado aceptar: cómo es posible que compañeros que salieron de la pobreza fruto de las políticas progresistas, votan contra un gobierno progresista. Parece una traición, no lo es. Parece una inconsciencia, no lo es. Hay que asumirlo como debilidad y como lección. Hay continuidad de las políticas progresistas en tanto satisfacen necesidades básicas crecientes y en tanto transforman y revolucionan ininterrumpidamente las pautas del sentido común conservador que gobiernan el 90 o 95 por ciento de nuestros procedimientos cerebrales”

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Aquí también subyace el supuesto de que los pueblos son moldeables, una masa que debe ser bien trabajada para que luego no les salga a los gobiernos progresistas con un martes trece. Tanto es así que se le quita toda responsabilidad a los compañeros que muerden la mano de los que les dan de comer. No es correcta esta posición. Los pueblos que están compuestos de personas individuales son responsables políticos en dos dimensiones, la personal, de cada uno de sus componentes y la colectiva. Porque no es cierto que los pueblos no se equivocan. Los pueblos se equivocan. Acaso, más allá de los errores del gobierno anterior, ¿no es una fatal equivocación haber puesto en el gobierno a la coalición neoliberal Cambiemos? Mauricio Macri gobierna porque la mitad más uno de la población lo votó. Acaso, ¿no hay ninguna responsabilidad de los que lo votaron? No adjudicarle responsabilidad a la población es ningunearla, quitarle identidad, considerarla una masa que debe ser conformada desde afuera. No estoy de acuerdo con esta interpretación del pueblo.

El razonamiento de Linera es el siguiente: si la derecha neoliberal conquista su sentido común mediante arteras estrategias manipulativas, los gobiernos progresistas deben destruir ese sentido común con otro sentido común distinto. Es cierto que no habrá manipulación artera, sino trabajo educativo-cultural. No obstante, seguirá siendo una acción heterónoma, un orden educativo-cultural impuesto desde afuera. Seguirá siendo una tarea “sobre” el pueblo, no “con” el pueblo. Pero para que suceda lo segundo la estrategia debe apuntar a promover la elevación del nivel de alfabetización política de quienes conforman el amplio campo popular. La idea no debe ser “educar al soberano”, sino promover que sea el soberano, el pueblo, quien se eduque de forma autónoma. La educación política no debe ser heterónoma, sino autónoma. Y esta postura no niega los liderazgos, porque son imprescindibles, sino que los enriquece.

En todos los planteos políticos que ponen el acento en el papel de las dirigencias existe una escisión entre conductores y conducidos. Los que conducen son activos y los conducidos son pasivos y reactivos. Mi posición es que los pueblos deben educarse políticamente, pero en forma intrínseca, poniendo en juego la fórmula de Paulo Freire: “Nadie educa a nadie, nadie se educa solo, nos educamos entre nosotros mediatizados por el mundo”.

Si partimos del supuesto de la “responsabilidad” política que nos cabe a cada unos de los sujetos populares, entonces, no podemos decir que no hay traición y no hay inconsciencia. De lo contrario debemos suponer que los pueblos están constituidos por sujetos carentes de responsabilidad, lo cual les quita, además de la identidad moral, entidad política. La acción responsable tiene consecuencias. En la acción irresponsable, son otros lo que deben asumir las consecuencias. Por eso, para García Linera si las dirigencias no saben moldear a los pueblos, deben asumir su error. Este es el mensaje de García Linera. En los planteos que ponen el acento decisivo de la acción política en el papel de las dirigencias, los pueblos son comprendidos como un “en sí”, esto es, sin consciencia de sí, sin consciencia de su poder y fuerza, que sólo pueden obtener bajo la conducción de los líderes. Pero los pueblos realmente empoderados son pueblos “para sí”. En este último caso la relación entre los líderes y el pueblo es mucho más rica, más potente, más democrática y más eficaz para luchar contra las oligarquías.

Los gobiernos progresistas tienen hoy una misión que es insoslayable: promover la elevación del nivel de alfabetización política del amplio campo popular en sus dos dimensiones, la individual y la colectiva. Y no se trata de “darle” educación política a la ciudadanía, sino de ayudarla a que la obtenga desde sí misma, esto es, de forma autónoma.

La ciudadanía no puede seguir siendo un convidado de piedra a la mesa de la política, porque la educación política del pueblo es un déficit que estamos sufriendo dramáticamente hoy en la Argentina y la región de América latina. En los pueblos, aunque haya en ellos amplios sectores politizados e, incluso, militantes, como ocurre en nuestro país, tendremos un enorme conjunto aun de ciudadanos con un bajo nivel de alfabetización política que, en un acto eleccionario, estarán a la deriva bajo el fuego de los medios hegemónicos. Además, ese sector con un bajo nivel de alfabetización política, que alcanza altos porcentajes de la población, es un enorme obstáculo para la tarea imprescindible de sostener y apuntalar a gobiernos nacionales y populares. En la situación en que nos encontramos, con el poderosísimo control que ejerce la oligarquía global a través de las oligarquías locales, si los pueblos no están politizados y, por ende, empoderados, quedan, lamentablemente, a merced de las perversas fuerzas de la derecha neoliberal.

Los pueblos debemos ejercer la política y co-gobernar. Sin pueblos educados y empoderados los gobiernos, por más nacionales y populares que se presenten, por más buenas intenciones que tengan, tendrán pocas posibilidades de emprender verdaderos caminos de soberanía política, independencia económica y justicia social.

Hasta hoy la cuestión política se centró en la conducción, esto es, en la formación de líderes y dirigentes políticos. Esto tiene una razón: la despolitización de los pueblos. La democracia representativa impuso, desde su origen, la necesidad de la despolitización de la ciudadanía, que debía enajenar su poder soberano en grupos externos de dirigentes. Bueno, es hora de que tomemos consciencia de que, en la situación actual, los pueblos deben ejercer la política, para lo cual tienen que politizarse. Esto último los obliga a la elevación de su nivel de alfabetización política.

Los pueblos verdaderamente politizados saben lo que les conviene, no equivocan su voto, ni a quiénes deben promover, apoyar y sostener. Los pueblos politizados son pueblos empoderados, son pueblos “para sí”. Los pueblos politizados generan mejorar líderes y dirigentes, más patriotas y democráticos. Los pueblos politizados no eligen a sus verdugos, no votan a los que los van a destruir. Por eso, los gobiernos nacionales y populares deben promover la politización de sus pueblos. Esto es lo que les cabe hacer a las dirigencias para no vivir la paradoja de que voten en su contra aquellos a los que sacaron de la pobreza.

Los gobiernos basados en la acción de las dirigencias sobre los pueblos han fracasado y seguirán fracasando. Para superar este fracaso es fundamental que los pueblos se involucren en la política. Tenemos que entender la importancia que tiene que los componentes del amplio campo popular comiencen a ejercer acciones políticas concretas y relevantes. La única posibilidad de mejorar las democracias degradadas y devaluadas en las que vivimos, y luchar con posibilidades de éxito contra la avanzada de la derecha neoliberal en la región, es a partir del compromiso y participación política de los pueblos.

Los gobiernos, por más nacionales y populares que sean están inscritos en una lucha por el poder que les exige la captación y consenso del amplio campo popular. Y en una democracia liberal, si no son votados es evidente que no podrán sostenerse en el poder. Fijémonos, que en esta situación si una parte sustancial de la población, como ocurre en nuestro país, no tiene un buen nivel de conciencia política, será presa fácil del aparato mediático hegemónico y terminará mordiendo la mano de quien le da de comer. Por eso, lograr que la mayoría de la población eleve su nivel de alfabetización política, aunque todavía no sepamos cómo conseguirlo, es un imperativo excluyente. Renunciar a él es renunciar a transformar verdaderamente las sociedades y el mundo.

Sin pueblos realmente empoderados, la lucha contra las oligarquías está perdida. Si el poder sólo se ejerce de arriba hacia abajo, no cabe la más mínima duda de que las derechas tienen muchas más herramientas que las izquierdas. Por eso, frente a pueblos con una baja consciencia política las derechas tienen mucho más poder y argumentos para convencer que las izquierdas. Por eso, los gobiernos progresistas tiene un solo camino, promover el surgimiento de un poder que vaya de abajo hacia arriba[3], lo que requiere el empoderamiento del amplio campo popular. Y esto último sólo se conseguirá si una parte sustancial de la población eleva su nivel de alfabetización política. Con poblaciones politizadas, es decir, con consciencia política, participativas y movilizadas, la manipulación de los medios hegemónicos, el lawefare (judicialización de la política), las fake news (falsas noticias), los trolls y la Big Data algorítmica tendrían muchos problemas para prosperar y no estaríamos lamentando la degradación de la democracia y la violación del derecho a la información de la ciudadanía que estamos viviendo, con los enormes costos que siempre pagan los sectores más vulnerables de la sociedad y bloquean el desarrollo autónomo de nuestras naciones.

  1. Perón, Juan (1952) Conducción política. Buenos Aires: Ediciones Mundo Peronista. Páginas 197-198.
  2. Primer Foro Mundial de Pensamiento Crítico-CLACSO- Estadio de Ferro Carril Oeste, 20-11-2018.
  3. Aquí es interesante ver el concepto de “reinvención del poder”, que Paulo Freire señala en su libro: “Hacia una pedagogía de la pregunta (1986). Buenos Aires: Ediciones La Aurora.

 

José Luis Lens

Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Actualmente, Profesor Titular de la Cátedra de Educación Popular en la FCH-UNCPBA y Profesor Adjunto de Ciencias Políticas en la UBA-CBC.

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